
Grupo de niños, 1931
Fuente: https://artvee.com/
Llega noviembre, mes de sentidos aniversarios y con él, las primeras nieves y algo de melancolía, esa con quien aprendí a hacer las paces.
Hace ya tiempo Italo Calvino me enseñó que “la melancolía es la tristeza que ha adquirido ligereza”.
Pero el hecho es que cuando me siento un poco triste y baja de energía recurro a los deportes.
Me activo y salgo ya sea a la natación, gimnasia, tenis e incluso artes marciales (todo “indoors”, en esta época claro).
No más traspasar el umbral de los recintos donde se imparten las clases, comienzo a sentir la energía burbujeando en mi cuerpo.
Lo bueno de esta manera de practicar deportes es que no muevo un dedo, ni se asoma en mi frente la más mínima gota de sudor.
Sin embargo, salgo de las clases, reactivada, reconciliada con el mundo, lista para otro día lleno de aventuras.
Sí, cuando estoy ligeramente melancólica, acompaño a mis nietos a sus actividades deportivas.
Yo simplemente me siento en la tribuna a observarlos, con una sonrisa en mi cara.
La cantidad de niños a mi alrededor, riendo, gritando, compitiendo sanamente, esa energía tan inocente y pura, me anima, me rescata, me hace creer en lo más noble del espíritu humano.
Me conmueve también la devoción de los padres y madres; siempre atentos, emocionados, animando amorosamente.
Son ellos quienes, además, enaltecen la mejor lección que nos da la competencia deportiva: gloria al vencedor y honor al vencido.
Definitivamente, padres e hijos son forjadores de futuro.
Después de tantas emociones, llego a casa gratamente aturdida, pero flexible, ligera, contenta…
Bienvenido noviembre con sus nieves silenciosas, aniversarios amorosos, deportes, nuevos comienzos y la esperanza de un mundo mejor.