
La cola en la carnicería, 1872
Fuente: https://commons.wikimedia.org
Manolo es bastante normal, por eso, después de su larga ausencia, tenía que poner al día sus cuentas de luz, agua y servicios varios. Era una larga lista de trámites que prefería hacer acompañado. Pero, como su lista de sus amigos permanecía inalterada, es decir solo quedaba yo y por eso nos encontrábamos en el puesto 16 de una fila de clientes de la compañía telefónica local.
Conversábamos tranquilamente sobre algunos detalles de su “viaje a la nada” cuando un alboroto nos interrumpió. Aparentemente alguien había intentado “saltarse” el orden de la fila escudado en su razón de que tenía más prisa que los demás. La indignación de los que respetaban el orden rápidamente expulsó al intruso como si este fuera una bacteria.
A pesar de que el hombre desapareció con gestos de desprecio hacia la humanidad, todos siguieron discutiendo el asunto, como si la indignación no se hubiera ido con él.
Así, Manolo y yo cambiamos de tema hacia la curiosidad que a ambos nos producía la indignación como fenómeno. Sobre todo, nos llamaba la atención que esa emoción fuera usada como argumento social cada vez más frecuente.
─ Mientras más indignado te muestras, menos ideas necesitas ─ concluyó Manolo ─ lo único que importa es que contagies a la mayor cantidad de gente.
─ Sin embargo ─ quise jugar el papel de abogado del Diablo ─ hay momentos, como el que acabamos de presenciar en que la indignación evita un abuso… alguna utilidad tiene.
Y aquí, Manolo distinguió entre la auténtica indignación, como la de nuestros vecinos de fila y esa indignación falsa, planificada y estratégicamente diseñada para hacernos creer que la rabia es medida de la preocupación de quien la tiene.
─ Pero también puede ser que se utilice esa falsa indignación para lograr buenos fines, como un padre que finge un enfado mucho mayor del que siente para que su hijo no meta el dedo en un enchufe ─ dije.
Manolo hizo un gesto como de considerar mis palabras.
─ Lo que está ocurriendo en el mundo no es eso, lo que quieren los indignados profesionales no es proteger ni enseñar ─ hubo una pequeña pausa ─. Ningún problema social se soluciona con indignarse. Es como estar borracho, por momentos te desahogas, pero mañana el problema seguirá en el mismo lugar.
Ahora tendré que preguntarme si un indignado lo está de verdad o solo me quiere engañar. Supongo que eso de “siempre hacerse preguntas” es lo que Manolo descubrió en su viaje.