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José Manuel Peláez

La entrevista perdida, por José Manuel Peláez
104b, José Manuel Peláez

La entrevista perdida, por José Manuel Peláez

Había una vez un tiempo en que la entrevista era un arte. Un tiempo en que entrevistado y entrevistador practicaban un elegante, pero peligroso, esgrima mental. Eso fue antes de que ambas partes acordaran términos inconfesables para que “pareciera que te acoso, pero no… y tú pareciera que te defiendes, pero tampoco”. Hoy en día la entrevista se ha convertido en una de esas coreografías de artes marciales de antiguas películas chinas en las que un combate no pasa de ser una danza con aullidos. Esto venía yo pensando a la salida de un conversatorio — sucedáneo edulcorado de una mezcla entre entrevista y conversación — acerca de “la necesidad de tomar conciencia del propio espacio” en la que todos los invitados habían sido falsamente irrespetuosos entre ellos, antes de abrazarse al fin...
Espejito…espejito, por José Manuel Peláez
98b, José Manuel Peláez

Espejito…espejito, por José Manuel Peláez

Yo sé que debí negarme, pero la necesidad nubla el juicio y acepté. Un conocido me llamó para pedirme que hiciera un reportaje de “contenido humano” para utilizarlo en su dilatado emprendimiento de redes sociales y medios escritos. - "Algo que conmueva… ¿me entiendes?... pero que no sea lo que todos escriben… ¿me entiendes, verdad?... o sea, original y conmovedor… ¡tú me entiendes!" Se me estaba haciendo sospechosa su insistencia en asegurarse de si le entendía, pero pasé por encima de ese detalle y me pareció que encontrar algo original que conmoviera hoy en día era un reto interesante. Después de tratar inútilmente de encontrar a Manolo, que en cuestiones de originalidad es un clásico, hablé con todos mis amigos, repasé todos los bares conocidos espiando miles de conversacio...
Salmón heroico, por José Manuel Peláez
86b, José Manuel Peláez

Salmón heroico, por José Manuel Peláez

Acababa de cobrar los primeros derechos de autor por mi última novela y después de confirmar que podría alcanzarme para una comida magna solo para mí, a lo grande, si invitaba a alguien, o para un número confuso de picoteos, me decidí por darme el lujo de ir a comer salmón salvaje certificado con Manolo. Al fin y al cabo, Manolo me había contado muchas historias que, maquilladas y ensambladas, había incluido en mi obra maestra.Estaba harto de escuchar las extáticas expresiones de todos los que aseguraban que quien no había comido salmón salvaje, simplemente no había comido salmón. Así, llevé a Manolo a La trainera azul, donde aseguraban que su producto era auténtico. Por supuesto que le hice jurar a Manolo sobre el volumen de Bodas de Camus que no hablaría de la comida durante la comida. M...
El último romántico, por José Manuel Peláez
77b, José Manuel Peláez

El último romántico, por José Manuel Peláez

Fue inesperado.  Por mucho que yo creyera que mi relación con Manolo se parecía a una buena amistad, tocar el timbre de mi casa a las diez de la noche no entraba dentro de los parámetros predecibles en alguien que, sin duda, no me tiene tanta confianza.Apenas abrí la puerta, esgrimió un pequeño libro como si se tratara de la pancarta triunfalista que agita uno de los fanáticos del partido ganador una noche de elecciones.  Sin mediar palabra, puso el libro en mis manos, cerró la puerta y se puso a buscar con qué brindar.  Se trataba de una vieja edición de “Verano” de Albert Camus, una de sus primeras obras. Entre brindis, Manolo y yo tejimos un contrapunto de elogios hacia Camus por quien ambos sentíamos la dosis exacta de admiración y envidia que recomiendan los cánones. Salió a la luz su...
¿Y si Scherezade…?, por José Manuel Peláez
69c, José Manuel Peláez

¿Y si Scherezade…?, por José Manuel Peláez

Manolo me invitó a su casa para probar su receta de calabacines rellenos con shitakes. Lo primero que hizo al llegar fue pedirme que no le molestara mientras rellenaba los calabacines porque esa labor exigía concentración. Entonces hice lo que hago siempre: reviso la biblioteca. Creo que conociendo lo que alguien lee conozco mejor a esa persona. Pero, claro, Manolo no es un hombre de reglas.La biblioteca de Manolo es tan variada como son sus preocupaciones y al lado del “Tratado de Tordesillas” se podía encontrar “La Montaña Mágica” de Mann. En un lugar destacado me topé con un grueso volumen de  “Las Mil y una noches”. Me aseguré de que Manolo no me viera y lo abrí. Estaba plagado de anotaciones al margen: notas, preguntas, conclusiones y hasta chistes. Hubiera querido seguir husmeando, p...
La majestad del silencio, por José Manuel Peláez
65a, José Manuel Peláez

La majestad del silencio, por José Manuel Peláez

Me crucé con Manolo y, por supuesto, no me distinguió pendiente como estaba de sus cosas. Iba a dejarlo pasar cuando reparé en la corbata negra y la anacrónica banda azabache en su brazo izquierdo. Me dije que los duelos merecen un mínimo de respeto y le detuve para solidarizarme con su pérdida, pero cuando supe que su duelo era por la muerte de Isabel II de Inglaterra, tuve la certeza de que me adentraba en terreno Manolo donde nada es lo que parece.Tratando de ser lo más diplomático posible, le conté mi sorpresa porque le creía un firme antimonárquico. Manolo me miró decidiendo si me perdonaba la vida o gastaba algún tiempo en tratar de sanar mi imbecilidad crónica. Me habló marcando suavemente las sílabas: “Los antialgo son lo que no tienen ninguna idea y necesitan parasitar las de otro...
¡Estás en el limbo!, por José Manuel Peláez
61a, José Manuel Peláez

¡Estás en el limbo!, por José Manuel Peláez

Cuando mi madre se desesperaba porque yo no le entendía las reglas de la división o por qué había unas mujeres que parecían haberse tragado un globo a pesar de haberlas conocido muy delgadas, siempre remataba la estéril discusión con la misma frase: “Lo que pasa es que ¡estás en el Limbo!”.Imposible expresar mi inutilidad por comprender lo que aquello significaba y, desde luego, la idea de preguntárselo a mamá en esos momentos era una idea, más que peregrina, peligrosa.Con el tiempo y las clases de religión pude comprender que “¡Estás en el limbo!” era una forma coloquial de decir que estás fuera de la realidad, ajeno a lo que te rodea, en una especie de burbuja solo habitada por ti que ni siquiera se puede dirigir. Claro que esa acepción provenía del concepto religioso de “limbo” que era ...
La primera persona vital, por José Manuel Peláez
52c, José Manuel Peláez

La primera persona vital, por José Manuel Peláez

Dudé en contestar, pero al final pudo más la lealtad que el temor y, a pesar de que la pantalla del móvil anunciaba el peligroso nombre de “Manolo”, respondí con un saludo tan efusivo como falso. Por supuesto que a Manolo eso no le interesa; cuando tiene un objetivo parece un misil de última generación capaz de acertarle a la abeja reina de una colmena desde 10.000 kilómetros y esa tarde su objetivo era contarme lo que había pensado y que, por supuesto, era esencial que yo conociera antes de seguir respirando sin sentido.Yo tenía listo el café para mantenerme despierto mientras trataba de terminar el Ulysses de Joyce porque estaba harto de aparentar que lo había leído. Paradójicamente, este sincerar mi incultura respondía, en parte, a la última conversación con Manolo, que me había dejado ...
El arte de parecer, por José Manuel Peláez
49a, José Manuel Peláez

El arte de parecer, por José Manuel Peláez

  “Ser es un riesgo… parecer es un arte” me repite innumerables veces Manolo, ese amigo filósofo que todos tenemos y que nos acompaña como aquellos portadores de la corona de laurel que, al lado de los héroes a su entrada triunfal en Roma, le musitaban al oído lo baladí de la gloria y lo conveniente de guardarse la soberbia en el bolsillo de atrás. No importa el tema del que estemos hablando, tarde o temprano Manolo aterriza en su insistente alarma ante un mundo que ha elegido el “parecer” por encima del “ser”. Yo le comprendo y simpatizo con él, pero no logro angustiarme con la intensidad que él espera. Seguramente yo he decidido dar otras batallas y Manolo sigue empeñado en una que yo di por perdida. Sé que vivimos una época en la que las apariencias han sustituido a la verdad. No ...
Las cuitas de Sigfrido, por José Manuel Peláez
40a, José Manuel Peláez

Las cuitas de Sigfrido, por José Manuel Peláez

Hay muchas formas de ganarse la vida, Sigfrido eligió una de las más peligrosas: se dedicó a matar dragones. Y estaba muy contento cumpliendo su destino hasta que acabó con Fafner, el dragón que protegía el Oro de los Nibelungos. Sigfrido debería estar exultante porque además de ser rico se convertiría en invencible y eso, tampoco es nada despreciable para un matador de dragones. Y aquí encontramos a Sigfrido, en el nublado bosque en el que acaba de atravesar con su espada a Fafner. La lucha ha terminado y es el momento de un cigarrito, pero Sigfrido no puede fumar, principalmente porque el cigarrillo todavía no se ha inventado, de manera que el único humo que se mezclará con la niebla es el que desprende la caliente sangre del dragón y las dos tristes fumarolas que salen de sus ori...
Las ilusiones sacudidas – José Manuel Peláez
28a, José Manuel Peláez

Las ilusiones sacudidas – José Manuel Peláez

La historia pasó hace tanto tiempo que a veces creo haberla inventado por completo. Mi madre y un grupo de amigas organizaron un viaje al Escorial y, por supuesto, los hijos iríamos con ellas por el bien de nuestra cultura. A mí me parecía que el cine hubiera sido más divertido, pero en aquel momento no tenía derecho de palabra porque no entendía nada (lo mismo me pasa hoy con la política) y ahí estaba yo caminando delante del grupo de madres e hijos de madres por uno de los pasillos del palacio y confirmando que el cine habría estado mejor. Hasta que llegué al cruce con otro pasillo y en cuya esquina un hombre enorme, de barba, vestido con ropas extrañas, sostenía con gesto feroz algo que después supe que se llamaba alabarda. Me di cuenta de que mamá no podía ver la amenaza y corrí hac...
Mi querido enemigo por José Manuel Peláez
37a, José Manuel Peláez

Mi querido enemigo por José Manuel Peláez

Hace poco se celebró el Día del Amor y la Amistad. No debemos quedarnos atrás y con presteza propongamos que exista el Día Mundial del Enemigo.Creo que la exaltación de la Amistad y, por ende, de los amigos, no necesita de ningún respaldo extra. Pero ¿por qué no reconocer lo que un buen enemigo puede hacer por nosotros?Un buen enemigo cumple muchas funciones: la primera de ellas es que nos moviliza como individuos y como sociedad. Tú estás sentado ahí, en un banco del parque, pensando en lo que vas a hacer con tu vida o en lo que has hecho o en lo que ya nunca podrás hacer y, de pronto, encuentras a tu lado a un señor de aspecto inofensivo que elige sentarse exactamente en ese mismo banco a pesar de que, por lo menos, tres de los bancos a la vista están vacíos. A pesar de su amable sonrisa...