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José Manuel Peláez

El Infierno es plano e isotérmico, por José Manuel Peláez
147a, José Manuel Peláez

El Infierno es plano e isotérmico, por José Manuel Peláez

La frase de Manolo hizo erupción en su rostro igual que cuando Arquímedes gritó su famoso “¡EUREKA!” al descubrir cómo calcular el volumen de un cuerpo irregular. ─ ¡El infierno es plano e isotérmico! Afortunadamente para mi amigo, no había cerca un soldado romano dispuesto a sablear a cualquier enemigo por muy Arquímedes que fuera. Sólo estaba yo interrogándole con la mirada acerca de “a cuento de qué” venía esa euforia. Así fue como me enteré de que Manolo había estudiado Termodinámica y que su profesor les explicaba que, si el infierno tuviera diferentes alturas o diferentes temperaturas, seguramente algún briboncito avispado podría utilizar esas diferencias para construir una máquina y escapar o fabricarse una nevera. Con ese chiste, el profesor ilustraba a sus alumnos en ...
El facilitador difícil,<br/> por José Manuel Peláez
141c, José Manuel Peláez

El facilitador difícil,
por José Manuel Peláez

Igual que todos, yo he tenido pesadillas en las que ocurren cosas inimaginables como que muero sin morir o que un político dice la verdad. Pero nada se compara a las sombrías elucubraciones que barajaba camino de la Comisaría de Policía. Manolo es la imagen de la razón, del equilibrio, de la serenidad; si fuera capaz de sonreír, estoy seguro de que lo haría con la sonrisa de la Mona Lisa. Es verdad que tiene puntos de vista generalmente opuestos al resto de nosotros, pero también es verdad que sobrelleva su “marcianidad” con la resignación de un náufrago que ya no espera nada del horizonte. Por eso no podía salir de mi asombro cuando el agente de la Comisaría enumeraba la cantidad de cargos contra mi amigo: daño a la propiedad, trato vejatorio a terceros y resistencia al arresto....
Se solicitan tontos, por José Manuel Peláez
120b, José Manuel Peláez

Se solicitan tontos, por José Manuel Peláez

Estaba ocupado en lo que mejor se me da que es no hacer nada cuando reparé, por accidente, en el aviso. “SE SOLICITAN TONTOS”. No me di por aludido, pero mi curiosidad, siempre más inquieta que yo, me impulsó a leerlo. No aclaraba mucho, solo hacía el extraño llamado y daba dirección y horario para las entrevistas.Más rápido que inmediatamente, encontré la calle y el número. Traté de entrar, pero un señor malencarado me lo impidió y me sugirió que esperara mi turno. La espera no fue larga porque una señora con cara de espantapájaros salió del portal y, con gesto de enfado, tomó al hombre por el brazo mientras se lo llevaba y le decía: “Vámonos Joaquín, que esto es una tontería, menos mal que yo me di cuenta porque tú hubieras caído”.Lo de “esto es una tontería”, lejos de ahuyentarme, me ac...
La entrevista perdida, por José Manuel Peláez
104b, José Manuel Peláez

La entrevista perdida, por José Manuel Peláez

Había una vez un tiempo en que la entrevista era un arte. Un tiempo en que entrevistado y entrevistador practicaban un elegante, pero peligroso, esgrima mental. Eso fue antes de que ambas partes acordaran términos inconfesables para que “pareciera que te acoso, pero no… y tú pareciera que te defiendes, pero tampoco”. Hoy en día la entrevista se ha convertido en una de esas coreografías de artes marciales de antiguas películas chinas en las que un combate no pasa de ser una danza con aullidos. Esto venía yo pensando a la salida de un conversatorio — sucedáneo edulcorado de una mezcla entre entrevista y conversación — acerca de “la necesidad de tomar conciencia del propio espacio” en la que todos los invitados habían sido falsamente irrespetuosos entre ellos, antes de abrazarse al fin...
Espejito…espejito, por José Manuel Peláez
98b, José Manuel Peláez

Espejito…espejito, por José Manuel Peláez

Yo sé que debí negarme, pero la necesidad nubla el juicio y acepté. Un conocido me llamó para pedirme que hiciera un reportaje de “contenido humano” para utilizarlo en su dilatado emprendimiento de redes sociales y medios escritos. - "Algo que conmueva… ¿me entiendes?... pero que no sea lo que todos escriben… ¿me entiendes, verdad?... o sea, original y conmovedor… ¡tú me entiendes!" Se me estaba haciendo sospechosa su insistencia en asegurarse de si le entendía, pero pasé por encima de ese detalle y me pareció que encontrar algo original que conmoviera hoy en día era un reto interesante. Después de tratar inútilmente de encontrar a Manolo, que en cuestiones de originalidad es un clásico, hablé con todos mis amigos, repasé todos los bares conocidos espiando miles de conversacio...
Salmón heroico, por José Manuel Peláez
86b, José Manuel Peláez

Salmón heroico, por José Manuel Peláez

Acababa de cobrar los primeros derechos de autor por mi última novela y después de confirmar que podría alcanzarme para una comida magna solo para mí, a lo grande, si invitaba a alguien, o para un número confuso de picoteos, me decidí por darme el lujo de ir a comer salmón salvaje certificado con Manolo. Al fin y al cabo, Manolo me había contado muchas historias que, maquilladas y ensambladas, había incluido en mi obra maestra.Estaba harto de escuchar las extáticas expresiones de todos los que aseguraban que quien no había comido salmón salvaje, simplemente no había comido salmón. Así, llevé a Manolo a La trainera azul, donde aseguraban que su producto era auténtico. Por supuesto que le hice jurar a Manolo sobre el volumen de Bodas de Camus que no hablaría de la comida durante la comida. M...
El último romántico, por José Manuel Peláez
77b, José Manuel Peláez

El último romántico, por José Manuel Peláez

Fue inesperado.  Por mucho que yo creyera que mi relación con Manolo se parecía a una buena amistad, tocar el timbre de mi casa a las diez de la noche no entraba dentro de los parámetros predecibles en alguien que, sin duda, no me tiene tanta confianza.Apenas abrí la puerta, esgrimió un pequeño libro como si se tratara de la pancarta triunfalista que agita uno de los fanáticos del partido ganador una noche de elecciones.  Sin mediar palabra, puso el libro en mis manos, cerró la puerta y se puso a buscar con qué brindar.  Se trataba de una vieja edición de “Verano” de Albert Camus, una de sus primeras obras. Entre brindis, Manolo y yo tejimos un contrapunto de elogios hacia Camus por quien ambos sentíamos la dosis exacta de admiración y envidia que recomiendan los cánones. Salió a la luz su...
Las cuitas de Sigfrido, por José Manuel Peláez
40a, José Manuel Peláez

Las cuitas de Sigfrido, por José Manuel Peláez

Hay muchas formas de ganarse la vida, Sigfrido eligió una de las más peligrosas: se dedicó a matar dragones. Y estaba muy contento cumpliendo su destino hasta que acabó con Fafner, el dragón que protegía el Oro de los Nibelungos. Sigfrido debería estar exultante porque además de ser rico se convertiría en invencible y eso, tampoco es nada despreciable para un matador de dragones. Y aquí encontramos a Sigfrido, en el nublado bosque en el que acaba de atravesar con su espada a Fafner. La lucha ha terminado y es el momento de un cigarrito, pero Sigfrido no puede fumar, principalmente porque el cigarrillo todavía no se ha inventado, de manera que el único humo que se mezclará con la niebla es el que desprende la caliente sangre del dragón y las dos tristes fumarolas que salen de sus ori...
Las ilusiones sacudidas – José Manuel Peláez
28a, José Manuel Peláez

Las ilusiones sacudidas – José Manuel Peláez

La historia pasó hace tanto tiempo que a veces creo haberla inventado por completo. Mi madre y un grupo de amigas organizaron un viaje al Escorial y, por supuesto, los hijos iríamos con ellas por el bien de nuestra cultura. A mí me parecía que el cine hubiera sido más divertido, pero en aquel momento no tenía derecho de palabra porque no entendía nada (lo mismo me pasa hoy con la política) y ahí estaba yo caminando delante del grupo de madres e hijos de madres por uno de los pasillos del palacio y confirmando que el cine habría estado mejor. Hasta que llegué al cruce con otro pasillo y en cuya esquina un hombre enorme, de barba, vestido con ropas extrañas, sostenía con gesto feroz algo que después supe que se llamaba alabarda. Me di cuenta de que mamá no podía ver la amenaza y corrí hac...
¿Y si Scherezade…?, por José Manuel Peláez
69c, José Manuel Peláez

¿Y si Scherezade…?, por José Manuel Peláez

Manolo me invitó a su casa para probar su receta de calabacines rellenos con shitakes. Lo primero que hizo al llegar fue pedirme que no le molestara mientras rellenaba los calabacines porque esa labor exigía concentración. Entonces hice lo que hago siempre: reviso la biblioteca. Creo que conociendo lo que alguien lee conozco mejor a esa persona. Pero, claro, Manolo no es un hombre de reglas.La biblioteca de Manolo es tan variada como son sus preocupaciones y al lado del “Tratado de Tordesillas” se podía encontrar “La Montaña Mágica” de Mann. En un lugar destacado me topé con un grueso volumen de  “Las Mil y una noches”. Me aseguré de que Manolo no me viera y lo abrí. Estaba plagado de anotaciones al margen: notas, preguntas, conclusiones y hasta chistes. Hubiera querido seguir husmeando, p...
La majestad del silencio, por José Manuel Peláez
65a, José Manuel Peláez

La majestad del silencio, por José Manuel Peláez

Me crucé con Manolo y, por supuesto, no me distinguió pendiente como estaba de sus cosas. Iba a dejarlo pasar cuando reparé en la corbata negra y la anacrónica banda azabache en su brazo izquierdo. Me dije que los duelos merecen un mínimo de respeto y le detuve para solidarizarme con su pérdida, pero cuando supe que su duelo era por la muerte de Isabel II de Inglaterra, tuve la certeza de que me adentraba en terreno Manolo donde nada es lo que parece.Tratando de ser lo más diplomático posible, le conté mi sorpresa porque le creía un firme antimonárquico. Manolo me miró decidiendo si me perdonaba la vida o gastaba algún tiempo en tratar de sanar mi imbecilidad crónica. Me habló marcando suavemente las sílabas: “Los antialgo son lo que no tienen ninguna idea y necesitan parasitar las de otro...
Mi querido enemigo por José Manuel Peláez
37a, José Manuel Peláez

Mi querido enemigo por José Manuel Peláez

Hace poco se celebró el Día del Amor y la Amistad. No debemos quedarnos atrás y con presteza propongamos que exista el Día Mundial del Enemigo.Creo que la exaltación de la Amistad y, por ende, de los amigos, no necesita de ningún respaldo extra. Pero ¿por qué no reconocer lo que un buen enemigo puede hacer por nosotros?Un buen enemigo cumple muchas funciones: la primera de ellas es que nos moviliza como individuos y como sociedad. Tú estás sentado ahí, en un banco del parque, pensando en lo que vas a hacer con tu vida o en lo que has hecho o en lo que ya nunca podrás hacer y, de pronto, encuentras a tu lado a un señor de aspecto inofensivo que elige sentarse exactamente en ese mismo banco a pesar de que, por lo menos, tres de los bancos a la vista están vacíos. A pesar de su amable sonrisa...