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José Manuel Peláez

El otro concierto,<br/> por José Manuel Peláez 
187c, José Manuel Peláez

El otro concierto,
por José Manuel Peláez 

Yo sabía que me iba a pasar, entre las urgencias y las complicaciones no pude conseguir entrada para la última presentación del trio Blue Soon. Tres virtuosos que no saben lo virtuosos que son, porque son solo música en estado puro. Manolo me vio tan desolado que tuvo compasión de mí y me pidió que le acompañara. Quizás no podía hacer nada por el concierto perdido, pero me aseguraba otro tipo de descubrimiento. Llegamos a un bar en el que era difícil reconocer algún rostro en medio del espeso humo, pero Manolo sabía exactamente dónde dirigirse. En una mesa, un hombre de gafas negras y pelo ensortijado le reconoció: ─ ¡Huuuuy, Manolo!... Manolo, Manolo, Manolín… ¿qué te traes? ─ dijo el hombre mientras Manolo capturaba la mano que el hombre ofrecía al vacío. Mi amigo le contó a Aré...
Tiempo casi perdido,<br/> por José Manuel Peláez   
186c, José Manuel Peláez

Tiempo casi perdido,
por José Manuel Peláez   

Manolo me llamó para decirme que había conseguido una edición especial de “En busca del tiempo perdido” de Proust; una traducción casi perfecta. Sabiendo que mi francés es tan malo como mi esperanto y que Proust es objeto de mi interés, juré que lo recogería esa misma tarde. Insistió en precisar exactamente la hora: “¡las 17 en punto!” remarcó un tajante Manolo. Mi día estaba bastante ocupado, pero mis deseos por leer una buena traducción de Proust se impusieron y, de inmediato, me puse en movimiento. Hay días en que la fortuna se levanta de buen humor, nos ve y decide hacernos un regalo. Así fui superando todas las trabas, como el fluir silencioso de un mecanismo bien engrasado: los entrevistados estuvieron presentes a la hora y fueron concretos, la idea del artículo cristalizó en l...
El sexto sabor,<br/>por José Manuel Peláez 
185b, José Manuel Peláez

El sexto sabor,
por José Manuel Peláez 

La simpleza de los cuatro sabores: ácido, amargo, dulce y salado se complicó con la aparición del UNAMI, un quinto sabor del que muchos hablan y pocos saben. Me propuse saber algo más del tema y Manolo seguramente podría ser mi guía.Cuando le planteé mi propósito, tardó unos segundos en acercarse cómplice y decirme:─ ¿Y no preferirías, mejor, descubrir el sexto sabor?Pensé que hablaba del sabor “harinoso” que los expertos tratan de acuñar últimamente.─ Es algo completamente distinto ─ continuó Manolo ─. Si tienes un día libre y me acompañas te mostraré de qué hablo exactamente.Yo, que siempre tengo días libres, acepté la idea y me arriesgué a un viaje de dos horas con Manolo al volante. Llegamos a una especie de merendero rústico con varias mesas libres y nos dispusimos a ordenar.─ Pide la...
La silla eléctrica,<br/> por José Manuel Peláez 
184b, José Manuel Peláez

La silla eléctrica,
por José Manuel Peláez 

No se trataba de una silla conectada a una fuente de poder ni nada por el estilo. Era una simple silla sin apoyabrazos con cuatro patas, asiento y respaldar. La heredé de la antigua inquilina de mi apartamento y la mantenía en recuerdo y honor a ella que nunca me hizo caso, pero sí me hizo soñar. Nada más justificaba esta fidelidad mía hacia una silla con las patas descuadradas, el respaldo inexplicablemente inclinado hacia adelante y un apoyo cuyo recubrimiento ha perdido la capacidad de acolchar un descanso. Sentarse en ella era tan molesto y arriesgado que por eso era la “silla eléctrica” ya que me mantenía constantemente cambiando de posición en la imposible búsqueda de confort. O sea, era una silla que servía para cualquier cosa menos para sentarse. Gracias a la inesperada ac...
¿Acaso fracaso?<br/> por José Manuel Peláez 
183c, José Manuel Peláez

¿Acaso fracaso?
por José Manuel Peláez 

El amargo del fracaso era más fuerte que el del vermut con el que pretendía olvidarlo. Oculto en una esquina del bar, repetía en mi mente la escena y las palabras que habían derribado de un golpe mi mejor proyecto. Así me encontró Manolo y, a pesar de mis muestras de querer estar solo, se sentó insolente a mi lado hasta que le conté lo ocurrido con mi jefe en la revista, del que es muy amigo. Desechó mi brillante idea de una serie de reportajes sobre el pasado de algunos “sin techo”; ¿Desde dónde habían caído tan bajo? ¿qué terribles cataclismos los hundieron? ¿cuál fue exactamente la dimensión de esas caídas? En fin, una mina de historias humanas llenas de las flaquezas con las que los lectores se conmoverían sin ninguna duda. Félix, mi torpe jefe, no admitió el proyecto porque para fl...
Querida Matilda,<br/> por José Manuel Peláez 
182d, José Manuel Peláez

Querida Matilda,
por José Manuel Peláez 

Matilda es un claro objeto de admiración y raro amor que compartimos Manolo y yo. No solo se trata de una muchacha agradable a la vista; su gracia al hablar, su confianza medida y su eterna sonrisa cuando nos sirve el café, los tragos o las viandas hace que todo nos sepa mejor. Recibir su saludo agitando la mano representa el inicio de un buen momento. Conocemos a Matilda desde hace casi cuatro años y la hemos visto involucrada con clientes insatisfechos, patanes de oficio y jefes abusadores, además de estar siempre exigida por atender más rápido y mejor a todos. Jamás la hemos visto perder la sonrisa ni hacer un mal gesto. Frente a la queja malhumorada siempre extiende el puente de plata de unas palabras que sirven de excusa y también de seguro porque, sea cual sea el problema, lo va a...
Vuelta tras vuelta,<br/> por José Manuel Peláez 
181c, José Manuel Peláez

Vuelta tras vuelta,
por José Manuel Peláez 

Manolo, a ratos, es atacado por una fiebre “saludable”; vigila sus comidas y, en casos extremos, hasta va a un gimnasio. Durante la última fiebre, quise acompañarle a dar varias vueltas al parque para respirar aire puro, generar endorfinas y convencernos de que lo deberíamos hacer más a menudo. En esta oportunidad nos cruzamos con una pareja que trotaba con elegante energía en sentido contrario. Como la velocidad de la pareja era muy superior a la nuestra, tuve la oportunidad de observar varias veces que mientras el hombre hablaba gesticulando sin perder el paso, ella se mantenía a su lado, reconcentrada, marcial y con la mirada fija en la pista. Al terminar de dar nuestra última vuelta (en realidad la única) Nos encontramos con la pareja sentada en un muro bajo tomando un refresco e...
Las dos Smith,<br/> por José Manuel Peláez 
179c, José Manuel Peláez

Las dos Smith,
por José Manuel Peláez 

El aviso llamó mi atención: “Me and Miss. Smith – conversatorio sobre los poemas de Maggie Smith”. Nunca lo hubiera imaginado, pero Manolo, rápidamente me sacó de mi error. Se trataba de dos personas: la doblemente oscarizada y recién fallecida actriz inglesa de películas y series como Downton Abbey o Harry Potter y una poetisa americana de lenguaje accesible y emotivo que permitía a cualquier lector adentrarse en las profundidades de la vida.Manolo leyó la convocatoria al evento y con irrefutable gesto de autoridad dijo: “¡Vamos a ir!”. Algo muy extraño en él, que es hiperalérgico a los encuentros intelectuales.Éramos apenas treinta personas frente a tres “expertos” dispuestos a ventilar la importancia de la obra de Maggie Smith (Ohio, 1977) famosa por poemarios como: Good Bones o Keep mo...
¿Lo cortés o lo valiente?,<br/> por José Manuel Peláez 
180c, José Manuel Peláez

¿Lo cortés o lo valiente?,
por José Manuel Peláez 

Generalmente disfruto de hacer compras relacionadas con la cocina. Aparte de la falta de vegetales frescos, lo que más me molesta es hacer fila en la caja para pagar. Sé que todo tiene que ver con mi falta de paciencia, pero hay circunstancias atenuantes. Por ejemplo, ayer estaba yo muy tranquilo esperando mi turno para pagar cuando vi a la ancianita detrás de mí que apenas llevaba un pan y un paquete de café. En un arranque de cortesía se me ocurrió cederle el puesto porque yo iba más cargado. Mal asunto: al ir a pagar, la ancianita se dio cuenta de que el pan que había escogido no era el que ella quería, pero como ya habían contabilizado el café hubo que ir a cambiarlo. Después, la misma ancianita se empeñó en cancelar el monto exacto, de manera que se convirtió en un obsesionado mine...
El ninja Manolo,<br/> por José Manuel Peláez
178c, José Manuel Peláez

El ninja Manolo,
por José Manuel Peláez

La cultura japonesa ha ejercido un fuerte hechizo sobre mí. Me admira su capacidad de convertir tejidos, armaduras, platos de sopa, armas o tazas de té en obras de arte. Me seduce su minimalismo, su solemnidad y su sentido del honor. Quizás todo esto pertenezca al pasado, aun así, me sorprendo al encontrar sorpresas como los bonsáis o las transcripciones de Bach para instrumentos como el Koto y el Shakuhachi, aunque sin llegar a pensar que “alguna vez fui japonés”. Comparto este sentir con Manolo, pero cuando me dijo que iba a hacer un curso de ninja, la imagen de Manolo disfrazado de noche, volando entre tejados, lanzando certeros shuriken (esas estrellitas afiladas) o jugando con el nunchaku que usaba Bruce Lee sin saltarse todos los dientes sobrepasan mi capacidad de imaginar. Yo est...
¡Mira… mira!,<br/>  José Manuel Peláez
177b, José Manuel Peláez

¡Mira… mira!,
José Manuel Peláez

Yo estaba engolosinado con desarrollar mi incomprensión acerca de cómo era posible que la Humanidad siguiera cometiendo los mismos errores: creyendo en quien no merece su confianza, alabando a quienes tienen pies de barro, riéndole las gracias a los que no saben más que aprovecharse de ellos. A mi encendido verbo, Manolo solo dijo:─ Te entiendo perfectamente, pero la explicación está a la vista – y siguió pendiente de mi discurso.La verdad era que me estaba quedando sin discurso porque la falta de rebote del adversario, o sea de Manolo, empezaba a agotarme, pero no me pensaba dar por vencido y me metí con las guerras de las que nunca hemos prescindido, de los innumerables triunfos de los villanos, del fracaso por no haber encontrado una forma de gobierno que nos haga felices a todos.─ ¿Por...
El diablo y la botella, por  José Manuel Peláez
175a, José Manuel Peláez

El diablo y la botella, por José Manuel Peláez

Entré al café favorito de Manolo, tropecé con el camarero sin pedirle excusas y derramé el café de mi amigo al sentarme en su mesa.─ ¡Te juro que mataría a alguien! ─ expresé con una vehemencia que poco alteró al calmado Manolo, ocupado en mirarme en silente reclamo ─. Bueno, Manolo ¡es una forma de decirlo… una metáfora! ─ traté de explicarme. Pero Manolo seguía mirándome con su mejor cara de border collie al acecho del próximo movimiento de la oveja.La oveja, o sea yo, le conté que fui a hacer un trámite, me coloqué al final de una larga fila que desembocaba en INFORMACIÓN GENERAL, donde un funcionario me dirigió de inmediato a la taquilla 14. Allí me aguardaba, amorosa, una fila aún más larga y que me enfrentó a un nuevo funcionario quien me redirigió a la taquilla 17 porque allí atendí...