El último romántico, por José Manuel Peláez
Fue inesperado. Por mucho que yo creyera que mi relación con Manolo se parecía a una buena amistad, tocar el timbre de mi casa a las diez de la noche no entraba dentro de los parámetros predecibles en alguien que, sin duda, no me tiene tanta confianza.Apenas abrí la puerta, esgrimió un pequeño libro como si se tratara de la pancarta triunfalista que agita uno de los fanáticos del partido ganador una noche de elecciones. Sin mediar palabra, puso el libro en mis manos, cerró la puerta y se puso a buscar con qué brindar. Se trataba de una vieja edición de “Verano” de Albert Camus, una de sus primeras obras. Entre brindis, Manolo y yo tejimos un contrapunto de elogios hacia Camus por quien ambos sentíamos la dosis exacta de admiración y envidia que recomiendan los cánones. Salió a la luz su...