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La reina Silvia de Suecia reunió a sus nueve nietos para cumplir con una ceremonia que realizan todos los años: adornar los pinos, uno de los símbolos de la Navidad. Este acto familiar y sencillo está alejado de lo novedoso, pues sirve para ratificar las tradiciones de la familia real y del país, una celebración más apegada a lo clásico que a las modas del momento, pero también tiene otro sentido, que podría considerarse filantrópico e involucra a estudiantes.
Cada invierno un ritual le da mayor validez a las tradiciones, porque no son simples abetos los que cruzan el umbral de la residencia real; son heraldos del bosque, seleccionados por las manos expertas de los estudiantes de la Universidad Sueca de Ciencias Agrícolas (SLU).
Esta centenaria costumbre no nace de un contrato, sino de un gesto de herencia forestal. Los futuros ingenieros agrónomos, guardianes del paisaje sueco, escogen personalmente cada ejemplar, transportándolo desde el corazón del campo hasta el empedrado patio palaciego. Es allí donde el aroma a resina y aguja fresca anuncia que el solsticio está cerca.
La escena recobra su magia cuando la reina Silvia, feliz como todas las abuelas, sale con sus nietos al encuentro de los jóvenes estudiantes. En esa bienvenida y entre la algarabía de los más pequeños se sella el inicio oficial de la Navidad.
Pero esta entrega no es solo un regalo, sino también una forma de que los estudiantes recauden fondos para sus viajes de estudio, ya que además de los pinos que entregan al palacio, venden otros ejemplares a la gente de Estocolmo.
Para la decoración utilizan velas, que ahora por seguridad, son eléctricas, adornos de paja, típicos de Escandinavia, bambalinas de cristal soplado y pequeñas banderas suecas.
Este año la decoración de los abetos sirvió para que debutara la nieta más joven de los reyes de Suecia, Inés, que a sus 10 meses comienza a entrenarse para sus futuras funciones dentro de la familia real. Inés es la hija menor del príncipe Carlos Felipe y la princesa Sofía.