
Muerte y vida, 1908-1916
Fuente: https://www.wikiart.org/
Yo era muy niña cuando presencié por primera vez la inercia de la muerte. Sentí una presencia imponente y era como si, con la nariz y las manos pegadas al vidrio de la urna, me despidiera de mi papá sin terminar de creer que aquello fuera verdad, sin saber hacia dónde se iba y tratando de entender lo que significaba “para siempre”.
Con los años creció conmigo un miedo enorme, acompañado de la inconformidad de que quien se va no regresa, y, coletazos de infancia, mi fantasía de que pudieran avisar que llegaron bien.
Hace siete años, Lulucita se mudó al cielo en circunstancias distintas. No fue un infarto fulminante: se fue porque ya era muy viejita. En la morgue me quedé un rato con ella, dándole las gracias y pidiéndole que se fuera tranquila. Fue un giro de 180 grados: desde entonces siento la seguridad de que cuando llegue mi hora, ella vendrá a buscarme.
Días atrás me topé con una entrevista sobre las experiencias cercanas a la muerte, las ECM. Investigadas a fondo, lo curioso es que los relatos coinciden: salimos del cuerpo, vemos la escena desde arriba, atravesamos paredes, viajamos lejos e incluso nos encontramos con “seres de luz” y seres queridos, que transmiten paz y amor indescriptibles. Después aparece la famosa luz y el consabido túnel, y, como en una pantalla, repasamos nuestra vida, hasta que se nos indica regresar. Lo común es que nadie quiera hacerlo, lo que lleva a pensar que tanto llorarlos para nada, porque son ellos quienes sienten pena por nosotros.
Los estudiosos hablan de 16 ítems, no siempre vividos en su totalidad. Lo unánime es la brusquedad del regreso y la certeza de que no hay que tener miedo. ¿Se dan cuenta de la magnitud de esta buena noticia?
Los dejo con este parlamento de Fitzcarraldo (Werner Herzog, 1982), donde Klaus Kinski cuenta:
“En la época en que Norteamérica apenas estaba explorada, uno de esos primeros colonizadores franceses se dirigió al oeste desde Montreal y fue el primer hombre blanco en ver las Cataratas del Niagara.
A su regreso habló de caídas de agua más vastas e inmensas de lo que la gente jamás hubiera soñado. Pero nadie le creyó. Pensaron que estaba loco o era un mentiroso y le preguntaron: ‘¿Cuál es tu prueba?’.
Él respondió: ‘Mi prueba es… que las he visto’.”
