Yo era muy niña cuando presencié por primera vez la inercia de la muerte. Sentí una presencia imponente y era como si, con la nariz y las manos pegadas al vidrio de la urna, me despidiera de mi papá sin terminar de creer que aquello fuera verdad, sin saber hacia dónde se iba y tratando de entender lo que significaba “para siempre”.Con los años creció conmigo un miedo enorme, acompañado de la inconformidad de que quien se va no regresa, y, coletazos de infancia, mi fantasía de que pudieran avisar que llegaron bien.Hace siete años, Lulucita se mu...