Cuando el pasado lunes 28 de abril España sufrió un apagón masivo sin precedentes que dejó sin electricidad a la mayor parte de la península ibérica, los españoles se enfrentaron a una madeja de sentimientos contradictorios. Si el temor hizo correr desesperadamente a muchos hacia los automercados para abastecerse de artículos de primera necesidad, algunos cayeron en alarmantes teorías conspirativas y otros, con motivaciones políticas, se sintieron airados por confrontar su identidad europea con una más íntima identidad tercermundista, también una enorme cantidad de personas se vio sorprendida por un extraño e inesperado gozo: el placer de estar incomunicados.No poder usar el teléfono móvil ni enviar mensajes por WhatsApp resultó liberador hasta para muchos de los más compulsivos usuarios de las redes. Repentinamente, las personas se encontraron caminando por la ciudad sin hablar por teléfono ni ver la pantalla del móvil, observando con sencillez los transeúntes y los parques. Las plaza...