
Los jugadores de cartas, 1890
Fuente: https://pt.wikipedia.org/
Durante décadas, Juan pedaleaba por las calles antes del amanecer, doblando periódicos con manos curtidas mientras el frío le mordía los dedos. A los 80 años, su rutina permanecía intacta: casa por casa, construyendo cada día con la misma sencillez con que había criado a sus tres hijos tras enviudar.
Las noches eran suyas. En el bar con sus amigos, entre luces y apuestas a las cartas, Juan encontraba una chispa de emoción que contrastaba con la monotonía del alba. Paralelamente jugaba a la lotería, siempre al mismo número, que todos conocían. Hasta que una noche, los números se alinearon. La fortuna llegó, en el bar todos celebraron con Juan.
Juan repartió algo entre sus hijos y luego desapareció en un remolino de compañías dudosas y amistades que olían a interés. El dinero se evaporó tan rápido como había llegado, llevándose también la cercanía con sus hijos.
Años después, ellos recuerdan a ese hombre de la bicicleta con nostalgia. Porque Juan, creen, fue más feliz en la simplicidad de sus madrugadas, en el orgullo silencioso de un trabajo honesto, que en el resplandor efímero de una riqueza que nunca le perteneció realmente. La fortuna le había robado algo que el dinero nunca pudo devolverle: su propósito.