
La familia del artista en el jardín, 1875
Fuente: https://www.wikiart.org/
Imagina que a tu cuerpo es un jardín, con los años ha pasado por lluvias, soles y tormentas, pero aún guarda la capacidad de florecer. Después de los 30 y más allá de los 45, cada arruga y cicatriz son huellas de estaciones vividas, y hoy les vengo a contar que sin importar la edad todavía podemos sembrar nuevas semillas de salud y bienestar.
El estrés no gestionado y hábitos poco saludables de alimentación o el insomnio actúan como hierbas malas que invaden la tierra. La psiconeuroinmunoendocrinología nos recuerda que cada pensamiento y emoción invaden la tierra igualmente como una semilla que deja huella. Una idea de gratitud es como plantar lavanda: calma y nutre; una semilla de preocupación puede crecer como una enredadera que asfixia.
Recuerdo a Don Ernesto, de 68 años, que siempre repetía: “Ya estoy viejo para cambiar”. Pasaba horas frente al televisor y dormía mal. Le dije: “Su cuerpo es como una finca abandonada: no importa la edad de la tierra, si la cuida, vuelve a dar fruto”. Esa imagen lo motivó. Empezó caminando 15 minutos al día y semanas después, ya dormía mejor y jugaba con sus nietos con más energía. No transformó todo de golpe, solo sembró la primera semilla.
Los nuevos hábitos no se imponen: se siembran un paso a la vez. Algunas semillas fáciles serían un vaso de agua al despertar, como regar la tierra; caminar o bailar, para despertar las raíces, respirar profundo, como abrir ventanas al aire fresco, comer vegetales de colores, flores que nutren desde dentro, dormir a horas regulares, como dejar que el jardín descanse bajo la luna.
La naturaleza se regenera tras la tormenta y nuestro cuerpo también. El cerebro crea nuevas conexiones, el corazón recupera su ritmo, la piel se renueva. La clave es la constancia: un gesto diario se convierte en árbol sólido, nunca es tarde para plantar. La salud no es un destino, sino un jardín interior que florece con cuidados simples, constancia y esperanza.
