
Un pintor en su trabajo, 1875
Fuente: https://www.wikiart.org/
Los vientos anuncian cambios.
Me senté en mi banquito preferido, ese que llamo “el psiquiatra”, a sentir la brisa fresca sobre mi cara y el sonido de las hojas danzando en las ramas de los árboles.
Sin darme cuenta, empecé a tararear aquella canción venezolana de “Meciendo las palmeras, como si fueran mecer de naves…” (ver video)
En este caso sería, “Meciendo los pinitos…”
De repente se sentó a mi lado un señor de barba y sombrero. Me parecía conocido, así que lo saludé, aunque no recordaba su nombre y seguí tarareando mi canción.
El caballero ni se inmutó y sacó de un maletín bastante gastado, un lienzo, pinceles y colores.
En un santiamén dibujó el paisaje que se presentaba ante nuestros ojos y comenzó a dar pinceladas coloridas.
El artista jugaba con los tonos lavanda del cielo, que se iban convirtiendo en rosados y celestes.
Yo seguía cantando, “soñar despierta, frente a la luna, con las pupilas, llenas de luz…”
Mi acompañante continuó con los verdes de sauces y álamos, en los cuales acentuaba destellos amarillos y dorados.
Yo cambié la melodía por aquella de “Tardes de Naiguatá, que cuando el sol se aleja, la arena de la playa, con su luz, va tiñendo de plata…” (ver video)
Aquí sería, “Tardes de Diamond Cove…”
El pintor se concentró en el agua del río, que salpicó con reflejos dorados y cobrizos.
Yo continué con esa sublime estrofa: “y lejos del azul, las aguas tranquilas, parece que murmuraran, una canción de amor…”
Cuando volteé, el artista de barba y sombrero había desaparecido.
Pero dejó su infinito lienzo, su paisaje envuelto en mis melodías.
“La brisa de un hermoso ideal…”
Definitivamente, los vientos traen cambios, de luz, de colores, de estación.
De repente, recordé el nombre de ese artista que se sentó junto a mí.
Su nombre es Otoño.
Ese que se va metiendo en esta época, callado y sigiloso, como un “dulce remanso, lleno de paz…”
Definitivamente, la música venezolana es pura poesía.
