
Fotografía cortesía de Cine Archivo Bolívar Films
Ah, los españoles… Cuando a mediados del siglo XX llegaron a Venezuela, no solo trajeron maletas con santos envueltos en periódico y fotos de abuelos serios. Trajeron una forma de estar en el mundo: hablar con zetas, regañar con cariño, cocinar con abundancia y contar historias que cruzan Galicia, Oviedo, Barcelona y terminan en Ciudad Bolívar.
Los gallegos montaron panaderías donde el pan sobado se volvió religión. Los asturianos trajeron gaitas, fabada y jolgorio con papelón. Los catalanes, precisión y pastelerías donde el brazo gitano se hizo primo del quesillo. Y todos, refranes que mezclamos con los nuestros: “Más vale arepa en mano que jamón ibérico en vitrina”.
Montaron negocios con nombres picarescos: “Ferretería El Gallego”, “Panadería La Ibérica y algo más”, donde se vendía de todo, hasta consejos. Y trajeron música que se nos metió en el alma: Sarita Montiel, Raphael, Fórmula V, Rocío Dúrcal, Julio Iglesias, Nino Bravo, Perales, Hombres G, Melendi, Mocedades, Serrat, Sabina, Alejandro Sanz… Cada uno dejó canciones que se volvieron nuestras.
Plácido Domingo cantó “Caballo Viejo” con Simón Díaz y el joropo se volvió sinfónico. El flamenco encontró tablaos en El Hatillo y noches de cante jondo en Margarita. La Fiesta Brava se sembró en San Cristóbal, Mérida y Maracay como rito heredado.
Pero lo más hermoso fue la costumbre de reunirse. La paella se volvió ritual dominical, y el humor, medicina. Nos enseñaron que el hogar se construye con refranes, recetas y canciones. Y nosotros, como buenos venezolanos, lo mezclamos todo con tambor, ron, hallaca y chisme.
Así que sí, los españoles nos trajeron muchas cosas. Sabores que se volvieron nuestros, cultura que se tropicalizó, música que se canta con alma criolla. Porque aquí, donde canta un asturiano, baila un margariteño. Y cuando canta Alejandro Sanz, corea toda la familia. En Venezuela, la historia venezolana-española no se escribe: se canta, se cocina, se celebra.
