La gallina desplumada, por Alfredo Behrens

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   Un amigo me dijo que uno escribe por vanidad. Hay algo de eso. Sin embargo, al escribir uno refina sus pensamientos. Es como mirarse al espejo. Solo que sobre el papel uno puede tachar y reescribir. Hay mucho de eso también. Yo tacho y escribo nuevamente. Cada vez menos. No solo porque ahora me importe menos como me vea. Es que siento que me falta tiempo para sacarme de encima todo lo que quiero decir.

Quizás en tiempos más lentos fuera diferente. Uno ahora puede reescribir sin dejar rastros de las correcciones. No siempre fue así. No solo porque era difícil reescribir sobre arcilla. Piensa si no en la lentitud usar una pluma para escribir. Cada mojada de tinta daba para escribir hasta media docena de palabras. Además, de vez en cuando había que hacerle punta a la pluma. Fuera de que era necesario arrancarle las plumas a un ganso. Eran las plumas voladoras las que servían mejor para escribir. O sea, que para que el escritor volase era necesario que un pájaro quedase aterrado, y adolorido. Quién sabe sea por eso por lo que nos han legado tantos escritos lúgubres.

Además, por aquella época, saber escribir era el privilegio de pocos. Escribir con plumas de ganso, más aún. Quería decir que tenías gansos. Los más escribirían con plumas de gallina. Pero esos no aparecen en las pinturas de la época. Los que aparecen más son los que escribían, o hacían que escribían, con plumas de cisne. Se dice que escribían mejor, las plumas, no la gente que podían pagarlas. Pero lo cierto es que tendrían dinero como para hacerse pintar sujetando una pluma de cisne. Y así se escribe, y se pinta, la historia. No aparecen en las pinturas los cisnes desplumados, tampoco aparecen mis borrones, aunque escribo con pluma de gallina, y tal vez se note.

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