Gente que Cuenta

Le bons temps,
por Rubén Azócar

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Currier and Ives,
New Orleans,
El dique, 1884 (grabado)
Fuente: https://www.wikiart.org/

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        Al tomar la decisión de mudarme de Boston a New Orleans, pensé que el proceso de adaptación sería complicado. Después de todo, pasaba de una ciudad marcada por la tradición puritana, la razón científica y la disciplina clásica, a otra donde conviven herencias francesas, españolas, caribeñas y estadounidenses, y donde la improvisación del jazz parece dictar el ritmo de la vida cotidiana.

Sin embargo, desde mi llegada me sentí en casa. Era como si hubiese vivido aquí en otra época, o como si mi espíritu supiera desde siempre que algún día terminaría en estas calles.

Una mañana, mientras caminaba junto al majestuoso Mississippi, comprendí que sí había en mi historia hilos que me conectaban con esta ciudad. El río, por ejemplo, el mismo que surcaron Tom Sawyer y Huck Finn, héroes de mi infancia de la mano de Mark Twain.

Coincidencia —o destino—, trabajo en la Universidad de Tulane, la misma donde un gran amigo de mi padre, Vladimir Gil, estudió agronomía antes de regresar a Venezuela con su esposa Catherine, una joven de New Orleans que apenas balbuceaba el español y de quien escuché mis primeras palabras en inglés. Recuerdo además que su hija, Christine, fue uno de mis amores platónicos de la niñez.

Más adelante, mis padres viajaron a New Orleans. Mamá solía contar con entusiasmo su paseo en carruaje por el Barrio Francés desde la Plaza Jackson; papá hablaba fascinado de las bandas de jazz en el Preservation Hall y de los sabores de la cocina criolla. De ese viaje trajeron también un regalo mayor: meses después, llegó al mundo mi hermano Ricardo.

En mi adolescencia, cuando empecé a tocar la trompeta, dos referentes se volvieron faros musicales: Louis “Satchmo” Armstrong y Wynton Marsalis, ambos hijos de esta ciudad que respira música en cada esquina.

Hoy, mientras degusto una jambalaya, escucho un cuarteto improvisar en Bourbon Street y saboreo un Sazerac —el cóctel oficial de la ciudad—, confirmo mi intuición: en algún rincón de mi memoria, de mi corazón, de mi alma o de mi destino, New Orleans siempre estuvo presente, esperándome.

Y entonces lo comprendo: esta ciudad no se explica, se vive. Como decimos aquí, en esta Ciudad del Creciente que abraza al Mississippi, con entusiasmo y alegría: Laissez les bons temps rouler.

Ruben Azocar Atril press
Rubén J. Azócar es caraqueño, médico anestesiólogo e intensivista, fanático del béisbol y vive en New Orleans. Escribe desde hace más de un cuarto de siglo. rubenjazocar@gmail.com
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