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¿Se acuerdan de la salsa agridulce de los chinos? Pues fue ni más ni menos lo que me tocó el sábado pasado.
Por un lado, la página del programa del Atril, que venía pistoneando desde el jueves, ahora solo mostraba un funesto “404, error no sé qué”.
En simultáneo, llovían felicitaciones por mi cumpleaños.
Y yo, con el teléfono en viva voz, intentando que los técnicos del hospedaje contestaran, en paralelo respondía mensajes desde la computadora al son de:
“Su llamada es muy importante…”
“🎂🫶🏽🥧 Feliz cumpleaños, Luli. Dios te bendiga siempre”
“Si quiere esperar sin música, pulse la tecla 1”
“Prima querida! ¡Que lo pases rico!”
Musiquita de espera…
Así durante una eternidad.
Cuando finalmente alguien volvió a la línea, empezó a hablar en un idioma que parecía un trabalenguas. Llamé a mi incondicional Angélica para que, como buenos blancos, se entendieran.
Mientras tanto, la musiquita seguía amenizando los mensajes que no paraban de llegar.
Después, cuando me informaron que la atención en español era lenta y que mejor probara en inglés, entró Alfredo en mi auxilio, con su inglés de infancia y voz de profesor veterano. Le tocó un hindú que… como buen hindú no solo se le entendía poco, sino que parecía que aquello no le importaba mucho.
Me había prometido no estresarme… pero me la estaban poniendo difícil.
Finalmente, un nuevo reload trajo la página de regreso.
Como cuando llegaba el agua en Caracas. “¡Angélica! Vuela a actualizar El mundo de Clara, mientras yo monto el editorial…!”.
Listo. Página publicada. 404 vencido. Hora de arreglarnos para salir a celebrar. Me puse lo que pude y salimos contra reloj.
Llegamos al restaurante y, antes de ver el menú, revisé el Atril: felizmente publicado. ¡Dios existe!
El resto fue pura celebración: por el Atril, por mis 68 años y sobre todo, por haber logrado no estresarme. De algo le sirve a uno ponerse viejo…
