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Sucedió una de estas tardes, frías pero soleadas, mientras paseaba a Panda, la mascota de mi hijo.
Frente a nosotros, un perrito jugueteaba alegremente, dando vueltas y retozando sin cesar.
Entonces me percaté que estaba jugando con su propia sombra.
Me pareció muy divertido y me reí junto a los dueños que también le celebraban la gracia.
Seguí adelante con mi paseo y fue allí cuando me sorprendió mi propia sombra y la de Panda.
En esta época del año cuando se aproxima el solsticio de invierno y el sol está en el punto más bajo del cielo, las sombras lucen alargadísimas.
De pronto caí en cuenta que esa imagen del perrito jugando con su propia sombra era más poderosa y simbólica de lo que pudiese parecer a simple vista.
Mirando esas alongadas figuras sobre la nieve que nos perseguían a mí y a Panda, recordé el concepto junguiano de sombra.
No soy en lo absoluto versada en el tema, pero de mis viejas lecturas (y ayudada por Google) vino a mi mente aquello que, según la psicología analítica de Carl Jung, la sombra se refiere a los aspectos del inconsciente de la personalidad que el yo consciente reprime, o niega.
Esa “sombra” es autónoma, e influye en nuestros pensamientos y comportamientos y si no somos capaces de integrarla, puede sabotear nuestros propios esfuerzos y metas.
Al parecer lo recomendable es reconocer estos aspectos sombríos sin juzgarlos y sencillamente aceptar que son parte de nosotros mismos.
Se dice fácil.
En fin, antes de llegar a casa, Panda y yo decidimos divertirnos igual que el perrito que vimos, e invitamos a jugar a nuestras largas y simpáticas acompañantes.
Quizás tomarlo así, con ligereza, sea el comienzo de eso tan complicado que llaman el “camino hacia la individuación”.
Yo como siempre, prefiero no meterme en honduras, así que los dejo con esta adivinanza:
“¿Qué no se moja con el agua y no se quema con el fuego?”
¡Adivinaron, claro! (no es tan obvio para el común de los mortales).
Respuesta: La sombra.