
Brindis de Navidad, 1910
Fuente: https://www.paintingstar.com/
Manolo tuvo que repetirlo para asegurarme de que le había entendido bien. Me estaba invitando a celebrar la Navidad con él. Y yo pensé: “¿Dónde está Manolo… qué han hecho con él?”. Hacía años que yo conocía la fobia de mi amigo a todo tipo de celebración decembrina. Manolo era un grinch con aires socráticos gracias a esa manía de hacerse preguntas acerca de todo, pero en mi cabeza seguía siendo un Grinch.
Rechacé de inmediato la imagen de un Manolo vestido de Santa Claus… Ho…Ho…Ho y supuse que, en su estilo, la celebración sería disfrutar de un maratón de clásicos del cine negro o escuchar varias veces el Adagietto de la Quinta Sinfonía de Mahler, un plan que no me desagradaba porque también tengo algo de Grinch.
Para mi sorpresa, al llegar a la casa de Manolo, me encontré con una mesa pulcramente montada y, en el lugar reservado para mí, una pequeña caja envuelta en papel de regalo. En ese momento comencé un contrapunto interno en el que una voz preguntaba qué es lo que estaba ocurriendo y otra se lamentaba por no haber tenido el detalle de un regalo para Manolo, pero ¿quién iba a pensar que las cosas irían por un derrotero tan convencional?
Manolo insistió en que abriera mi regalo sin hacer caso de mis excusas por no haber traído nada. Se trataba de una pluma fuente clásica, de esas que ya solo se ven en las tiendas de antigüedades y que son tesoros. Yo iba de asombro en asombro.
─ Sabes que ahora existen los ordenadores, ¿verdad? ─ dije en tono de broma para disimular lo conmovido que estaba.
─ Los chinos todavía enseñan caligrafía en sus escuelas y si una cultura de más de 5.000 años se preocupa por escribir a mano, te aseguro que sirve para algo. No es lo mismo que tu mano dibuje la letra a que oprima una tecla.
Manolo siguió explicándose porque sabía el desconcierto que me causaba. Obviamente su viaje lo había cambiado y entre esos cambios estaba el reconocer que tenía mucho que celebrar mucho más allá de una Navidad obligada. Quería celebrar que en los últimos años había tenido la suerte de encontrar alguien que le escuchaba, aunque no siempre estuviera de acuerdo y a quien él también consideraba. Así como las plumas fuentes estaban en desuso, la paciencia y la concentración necesarias para mantener viva la cortesía de atender al otro estaban en peligro de extinción.
Le propuse escuchar unos villancicos en honor al espíritu navideño.
─ Tampoco hay que exagerar ─ me dijo antes de alzar su copa.