Joven escritor, 1852
Fuente: https://www.meisterdrucke.uk/
Si tienes una caja de cuentas multicolores y las enhebras en una cadena de plata, el collar que hagas será original: una ilustración de tu gusto y tu talento —o de su ausencia.
Si cien personas hacen un collar con el mismo conjunto de cuentas, todos serán diferentes. Algunos serán un desastre, otros mediocres y, quizá, uno sea una obra maestra.
Escribir es así. Tienes un léxico de palabras y el escritor debe disponerlas en un hilo que resulte placentero, persuasivo, rítmico, tan voluptuoso como la miel vertida desde un frasco. La mala escritura es como basura arrojada a la calle: ruidosa, descuidada, imposible de ignorar.
Entonces, ¿se puede aprender a escribir?
Mozart componía sonatas a los cinco años, pero aun así tuvo que aprender a tocar el piano. Lo hizo sobre las rodillas de su padre desde los tres años. A Mozart le enseñaron a arrancar notas del teclado, pero la manera en que combinaba esas notas provenía de algo dentro de él.
Escribir es lo mismo. Un profesor no puede enseñarte a escribir. Lo que sí puede hacer es mostrarte cómo no escribir. Los escritores deben encontrar su propio estilo, su propia voz, su propia manera de entretejer palabras. El profesor es tu primer crítico.
La forma de encontrar tu voz es reescribiendo: editando, cortando, desechando, empezando de nuevo. Sabes que hay una historia en tu cabeza; solo tienes que tejer los hilos.
Para tomar prestada una metáfora escultórica, la gran novela, el gran ensayo o la gran biografía están aprisionados dentro de un bloque de mármol. El escritor va quitando material con un pequeño cincel hasta que aparece lo exquisito.
Prueba este experimento. Escribe un párrafo de ocho líneas describiendo un paseo por el parque. Luego tacha cada cuarta palabra. Si necesitas devolver alguna para que el párrafo tenga sentido, elimina otra. Continúa hasta que la misma historia sobreviva con una cuarta parte de las palabras eliminadas.
Ahora prueba esto. Toma una página que hayas escrito y léela en voz alta; grábala en tu teléfono. Luego tacha todos los adjetivos y adverbios y grábala de nuevo. Escucha ambas versiones. Te va a sorprender.
Nunca uses la voz pasiva cuando puedas usar la activa.
La secretaria envió la carta.
La carta fue enviada por la secretaria.
En la primera oración, la secretaria es la protagonista y la frase se deshace de ese pequeño y molesto “fue”. En la segunda, la carta ocupa el centro del escenario mientras la secretaria se desvanece. Por lo general, la primera es mejor, aunque a veces la carta importa más, sobre todo si viene de un abogado y contiene noticias de una herencia olvidada.
