Ombligos,
por Beatriz Bermúdez

Entre las tantas historias que se conocen sobre los Reyes Magos hay muchas que hablan de la Fiesta de la Epifanía.

Epifanía es una palabra de origen griego que significa “manifestación”, pero que en la tradición cristiana se interpreta como el momento en que Jesús, lo divino, se da a “conocer” como manifestación humana ante el resto del mundo.

Esa misma tradición cuenta que, cuando Jesús nació, solo estaban presentes María, José y los animales del establo, pero que su nacimiento fue anunciado por un coro de ángeles a unos pastores, que sirvieron de “testigos” del hecho.

De repente, algo de esa historia llamó mi atención. ¿por qué ese “darse a conocer” y ese “reconocimiento” suceden en un momento distinto al nacimiento y ante personajes tan jerárquicamente opuestos?

Buscando la respuesta, recordé al sabio ye’kuana que me habló de los rituales que celebra, o celebraba, su pueblo en relación con el nacimiento y el crecimiento infantil. Entre otras cosas me comentó que un nacimiento, en tanto hecho natural y esperado, es conocido por toda la comunidad apenas ocurre. Durante sus primeros días, el bebé no tendrá nombre.

Sin embargo, una o dos semanas después, cuando se le cae el ombligo y tras un baño ritual, recibirá junto a su familia la visita del chamán. Este ofrecerá como presentes sus cantos sagrados, acompañados de su maraca, y, lo más importante, le dará su primer nombre, que será secreto. Con este sencillo ritual, la niña o niño será “reconocido socialmente”.

Los ye’kuana ven la caída del ombligo como una especie “prueba de sobrevivencia” por la que atraviesa un recién nacido; la primera sería el parto. No es difícil imaginar que otras sociedades antiguas sostuvieran una visión parecida, aunque fueran jerarquizadas, no igualitarias como la ye’kuana y que quizá esta sea la razón por la cual los reyes dan fe de la llegada del Mesías días después de su nacimiento.