Acerca del collage,
por Ángel Hurtado

El primer collage tuvo lugar en el paraíso terrenal, cuando Adán y Eva se colocaron sendas hojas de uva en la parte central de sus anatomías. No explica la Biblia el procedimiento usado pues todavía no habían hilos, cuerdas ni  cola de pegar. Tampoco  existía el cordón umbilical, Adán fue el único ser humano sin ombligo, y se dejó  sacar sus propias costillas para crear a Eva.

Desde esos tiempos, el hombre ha tenido siempre la necesidad de juntar cosas, usando cola de pegar. La palabra cola viene del francés “colle”  y la   traducción de “collage” debería ser, correctamente “encolado”, pero en el lenguaje artístico se prefirió guardar el término francés.  Picasso, Braque y otros cubistas  determinaron su uso al pegar  en sus lienzos papeles de periódicos, láminas de madera y hasta pedazos de guitarras. Añadían así nuevas texturas a la lisa superficie de la tela y al mismo tiempo se ahorraban el trabajo de imitarlas tratando de copiarlas del natural. Artistas contemporáneos como Daniel Spoerri  o Pierre Armán  le han dado al collage autonomía propia. El primero  pega los objetos como los encuentra en su sitio original: una mesa después de la comida, platos usados, servilletas, tasas, &&, adheridos con su propio mantel  a la obra en proceso, fijando así el recuerdo de ese banquete para siempre.

Arman, más escultórico hace lo que él llama, “acumulaciones”, elige objetos en grandes cantidades peines,  brochas o muñecas y los acumula creándoles una nueva dimensión. Por el repetido uso de las mismas, las formas primigenias pierden su contornos y desaparecen como objetos propios debido a su multiplicidad, y aunque siguen siendo visibles y reconocidos, sus nuevas formas adquieren un concepto inesperado.

El uso de materiales extra-pictóricos, los más diversos e increíbles, hasta de deshechos, pueden  renacer de forma inesperada en las manos de un artista con genio. Aunque sean humildes o banales, pueden sufrir una metamorfosis que los salve del olvido para convertirlos en arte.

En mi caso me he  propuesto un proceso diferente: trato de juntar diversas obras de un artista en una sola obra. El resultado, respetando su estilo, sería mostrar en nuevo contexto un cuadro que ese artista jamás pintó. Esta divergencia de mi pintura comenzó en 1968, cuando se me ocurrió reunir siete obras de diferentes épocas de Picasso y juntarlas. Un retrato de Jaqueline con un fondo cubista.

Desde entonces, he procedido con una serie de más de 150 collages, he reunido algunos en un libro que he titulado Divertimentos. ¿Por qué ese título? Pues lo empecé como una diversión al hacerlos entre cuadro y cuadro, mientras esperaba que secaran. A lo largo del tiempo se fueron haciendo cada vez más complicados y difíciles, y ya no era un divertimento, sino un sufrimiento cuando empecé a introducir no una sino varias obras de artistas de mi museo imaginario, es decir de aquellos que admiro. Para lograr un buen collage es necesario romper varios libros con buenas ilustraciones, acomodarlas por tamaño y por armonía de colorido y estilo, luego ensamblarlas como en un rompecabezas para lograr una composición agradable y armónica. Luego recortar cada figura para adherirla a la superficie que se llamará collage.

Este proceso anticuado hoy con el arribo de las computadoras, el PhotoShop, y la IA, lo considero mecánico y prefiero continuar el método anticuado, pues creo que jamás la IA podrá suplantar a la sensibilidad y a la inteligencia humana.

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