
Ilustración generada por inteligencia artificial con asistencia de ChatGPT (OpenAI), 2025
– Abuelita, qué ojos tan grandes tienes… – dijo la Caperucita Roja.
– ¡Son para verte mejooooor! – respondió el lobo feroz.
Todos recordamos esta historia de la infancia y viene a cuento, literalmente, porque hace poco me tocó mi examen anual de la vista.
Ser espectadora de mis propios ojos fue una experiencia sideral.
El Dr. Fung me examinaba con sus máquinas modernas, encandilándome con luces muy brillantes, soplando aire dentro de mis ojos y dándome comandos: abre, cierra, parpadea.
Y yo, fascinada, observando en la pantalla a su lado, esas esferas translúcidas, mis ojos, parecidos al planeta Marte, con ríos rojos, mares oscuros y volcanes luminosos.
Me parecía mentira que allí habitaran colores, imágenes, rostros, ensueños, recuerdos.
Al final el Dr. Fung confirmó que mis ojos no están tan mal, nada que unos anteojos progresivos no puedan corregir.
Salí de la consulta con fórmula para ojos nuevos, pero la experiencia me hizo reflexionar sobre una diferente modalidad de visión.
Quizás yo necesite otro tipo de lentes, me dije, más cristalinos y menos apasionados, para ver con mayor claridad el mundo que me rodea.
Confieso que a veces, mi temperamento visceral, prefiero llamarlo intuitivo, me hace muy susceptible a sufrir de miopía política, presbicia financiera y/o astigmatismo mediático, ese que hace que me aísle del ruido.
Sin embargo, a mi favor, puede que tenga buena visión para enfocar con precisión las cosas buenas que se esconden por ahí en momentos de adversidad, una constante que he intentado en mi vida.
También puede que vea nítidamente las pequeñas cosas que constituyen mi fuente diaria de deleite, y que muchas veces me inspiran estas líneas.
Al final creo que la única que de verdad necesita anteojos, pero de esos grandotes y de colorinches que están de moda ahora, es la Caperucita Roja, porque, eso de confundir a su abuelita con el lobo, hoy como abuela que soy, me haría sentirme muy dolida, jaja…

(UCAB 1985).
Escritora y aprendiz de poeta por vocación.
De su paso por la ingeniería surgieron sus Cuentos de Oficina (1997), otra manera de ver al mundo corporativo. Entre sus últimas publicaciones se incluyen sus reflexiones sobre el duelo, Hopecrumbs (2020) (www.hopecrumbs.com) y “The Adventures of Chispita” (2021), una alegoría de la vida en el vientre materno. (www.chispita.ca)
Hoy en día comparte sus “meditaciones impulsivas” desde Calgary, Canadá, ciudad donde reside.
leonorcanada@gmail.com