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Ahora que he olvidado tu nombre, siento de verdad tu ausencia. Un nombre es una piedrita en la arena de la playa que retiene el alma y nos distancia del mar. Sé que ahora serás lo que espero que seas en el reino de la imaginación. Quizás emerjas con la provocación de las cerezas que esconden en su altivez la suculenta delicadeza de su pulpa, aplastadas contra la sequedad de labios sedientos, desapareciendo, dejando en el aire el aroma de lo innombrable, o la generosidad de la papaya abierta al sol de la mañana, ofreciendo fibras que entrelazan secretos que nunca sabré revelar. Como los arilos de las granadas que rehúyen la luz del día, frágil en tu firmeza, parecías una esfinge, condescendiente con los sueños de los pájaros y las debilidades de los hombres. Una mano descuidada que extiende su deseo a la mora de verano y suspira por la inefable delicadeza de la flor del melocotonero, olvidando su brevedad.
