
El caminante
Fuente: https://www.meisterdrucke.it/
Así pasaron los días, los meses, los años. Nunca se sabía hacia dónde iba, pero iba… y volvía, no solo de día, sino también en la oscuridad de la noche.
Se ausentaba por temporadas, regresando siempre por las mismas rutas ya conocidas.
A veces se detenía al borde del camino y hablaba. Daba un discurso sin audiencia, tal vez dirigido a sí mismo.
Otras veces oteaba el horizonte, pasaba horas con la mano sobre los ojos, protegiéndose del sol mientras miraba a lo lejos. Su mirada era distante, perdida, ajena al mundo y sus gentes. Nadie sabía a quién buscaba, ni qué.
Nunca se le vio reír ni llorar. Nadie supo jamás de dónde venía ni hacia dónde se dirigía.
Pasaron días, quizás meses sin que se lo viera, y entonces la gente empezó a preguntarse: “¿Qué habrá sido del caminante?” ¿Lo extrañaban? Tal vez.
Pero nadie se ocupó de él mientras estuvo. Nadie le preguntó si había comido, dónde dormía, mucho menos se ofreció a darle pan o abrigo.
Todos fueron ajenos a su tragedia —si es que la había—, y a nadie le interesó saberla.
Así como un día llegó al pueblo, un día simplemente se fue.
Ahora, en su ausencia, todos quieren saber de él. Y juran que, si alguna vez vuelve, lo colmarán de atenciones.
El caminante representa a todos aquellos que cruzan nuestras vidas en silencio, con una historia a cuestas que pocos se detienen a conocer. Su andar solitario, su mirada perdida y sus palabras lanzadas al viento eran señales de una presencia que pedía ser vista, no solo con los ojos, sino con el corazón.
Y, sin embargo, nadie se detuvo. Nadie preguntó, nadie ofreció. El pueblo entero vivió junto a él, pero nunca con él. Lo vieron pasar una y otra vez, sin notarlo realmente. Esa es la cara más común de la indiferencia: no siempre es malicia o rechazo abierto, sino simplemente el acto de mirar sin ver, oír sin escuchar, coexistir sin compartir.
Solo cuando desapareció surgió la inquietud, el deseo tardío de saber, de hacer lo que nunca se hizo. Pero la solidaridad que nace en la ausencia no borra la indiferencia del pasado.
La compasión no debe despertarse solo cuando algo se pierde, sino ejercerse cuando algo —o alguien— está presente y vulnerable.
Esta historia nos confronta con una verdad incómoda: muchas veces ignoramos a quienes más necesitan ser reconocidos. La verdadera solidaridad no se construye con palabras prometidas para mañana, sino con gestos concretos hoy. Escuchar, preguntar, acompañar, ofrecer —a veces eso basta para cambiar la historia de alguien… y también la nuestra.
Porque cada caminante que ignoramos podría ser el reflejo de la humanidad que estamos dejando atrás.