Cosas sin importancia, por Soledad Morillo Belloso
La ciudad respira en lo que parece insignificante. No en los monumentos ni en los discursos solemnes, sino en las minucias que se deslizan por las calles como un murmullo constante. El paisaje de vida se dibuja aquí, entre esquinas y plazas, entre pregones y silencios, en la textura invisible de lo cotidiano.
El aire huele a maíz tostado que se escapa de un budare, mezclado con el dulzor tibio de las pastelerías y el humo áspero de los autobuses que se detienen con un chirrido metálico. El suelo vibra con el golpeteo de un reguetón que alguien decide compartir y con el arrastre de una caja de cartón que un niño empuja como si fuera un carro improvisado.
Las aceras guardan su propio concierto: el repiqueteo de tacones apresurados, el chasquido de una escoba que barre hojas secas, el s...

