El rótulo sobre la puerta rezaba “Cidade nova”. Dentro, la tasca en penumbra era un humilde refugio para tres amigos ancianos: António, Manuel y Joaquim. Todas las tardes, como un reloj destartalado, entraban arrastrando los pies, con las articulaciones crujiendo a cada paso, y se sentaban en los taburetes habituales de la gastada barra de madera.
“Lo mismo, por favor”, le dijo Antonio a Carla, que sabía traer tres vasitos del joven y ligeramente efervescente vino verde. Los tres hombres brindaron los vasos en un saludo ritual antes de dar los primeros sorbos.
Mientras el fresco y ácido vino verde calentaba sus estómagos, las historias empezaron a fluir como la suave corriente del río Duero. Manuel contaba historias fantásticas de sus días de gloria como pescador, recogiendo redes llenas de sardinas, y otras tantas de aventuras con bellezas locales. Joaquim se reía de las historias inverosímiles de Manuel, mientras éste bromeaba con sus recuerdos del trabajo en los viñedos, pisando descalzo las deliciosas uvas junto a doncellas besadas por el sol. António los escuchaba casi siempre en silencio, mientras se le nublaban los ojos al revivir momentos en Alemania, donde pasó 40 años manejando retroexcavadoras, perdiéndose de ver crecer a sus hijos en Portugal y llorando a la esposa que murió demasiado pronto.
Durante esas codiciadas horas de cada día, la tasca se convertía en su paraíso. Las preocupaciones y los remordimientos parecían desaparecer con cada historia que pasaba y cada sorbo de vino joven ligeramente efervescente. Aunque sus bolsillos eran ligeros, sus corazones se sentían llenos en aquel refugio acogedor, impregnado del humo persistente de los cigarrillos baratos, del aroma dulce y fermentado del vinho verde y de un tapiz de historias más ricas que las de los reyes: historias de más amores perdidos que encontrados.
Al anochecer, los tres amigos bebieron las últimas gotas de sus copas. Con las espaldas más ligeras que cuando llegaron, vieron cómo Patrícia, la dueña, acompañaba a uno de los parroquianos mayores hasta el taxi que le llevaría a casa. Los tres amigos se despedirían hasta volver a encontrarse la tarde siguiente, “si Dios quiere”, en “Cidade nova”, su rincón de paraíso en la tierra, un lugar de amor y respeto, en Maia.
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