Gente que Cuenta

Cosas sin importancia, por Soledad Morillo Belloso

Arepas Atril press
“El aire huele a maíz tostado que se escapa de un budare…”
Fotografía cortesía de Javier David Volcán

La ciudad respira en lo que parece insignificante. No en los monumentos ni en los discursos solemnes, sino en las minucias que se deslizan por las calles como un murmullo constante. El paisaje de vida se dibuja aquí, entre esquinas y plazas, entre pregones y silencios, en la textura invisible de lo cotidiano.

El aire huele a maíz tostado que se escapa de un budare, mezclado con el dulzor tibio de las pastelerías y el humo áspero de los autobuses que se detienen con un chirrido metálico. El suelo vibra con el golpeteo de un reguetón que alguien decide compartir y con el arrastre de una caja de cartón que un niño empuja como si fuera un carro improvisado.

Las aceras guardan su propio concierto: el repiqueteo de tacones apresurados, el chasquido de una escoba que barre hojas secas, el sonido de un portón metálico que se abre y se cierra con brusquedad. Los colores se multiplican en los puestos de verduras: morados intensos de berenjenas, naranjas brillantes de zanahorias, verdes frescos de cilantro que perfuman el aire.

Son cosas sin importancia, dicen. Pero en ellas está la respiración de lo urbano. El saludo breve del vecino que pasa sin detenerse, la sombra de un poste que se estira sobre la acera y cubre a un perro dormido, el pregón de un lotero que canta con voz gastada. Todo eso luce insignificante, y sin embargo es lo que da cuerpo a la ciudad, lo que la hace reconocible, lo que la convierte en un lugar habitado.

El paisaje urbano se compone de  minucias. No de gestos heroicos ni de grandes anuncios, sino de la luz que entra por la persiana de un apartamento y dibuja franjas doradas sobre la mesa, del olor de las arepas recién abiertas que se mezcla con la humedad del asfalto, del roce de una palabra trivial en la cola del autobús que, sin saberlo, se convierte en recuerdo.

En la ciudad, las cosas sin importancia marcan el pulso. El vendedor de periódicos que repite la misma frase cada mañana, la anciana que sacude un mantel en la ventana y deja caer migas que brillan como polvo dorado, el niño que juega con un carrito y ríe con estruendo. Escenas que no entran en los periódicos, pero que sostienen la historia íntima de un país.

Lo que no importa es lo que sostiene. Como las piedras pequeñas que forman la base de una casa, invisibles bajo el piso, imprescindibles para que no se derrumbe.

La ciudad es un mosaico. Cada olor, cada sonido, cada gesto es una pincelada en el mural invisible de lo urbano.

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Soledad Morillo Belloso Escritora, novelista, cuentista, ensayista, periodista, articulista. soledadmorillobelloso@gmail.com @solmorillob
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