Gólem, por Alfredo Behrens

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   El Bullying aparece donde hay asimetría de poder. En mi escuela éramos varios los alumnos que sufríamos el desprecio de algunos profesores. El único que no parecía sufrir con ningún profesor era Jacob. ¿Por qué ninguno se mete contigo? le pregunté, y en voz baja, mirando alrededor me dijo que estaba protegido por un gólem. Me reí, pero él me explicó que un gólem podía ser llamado para defenderte y que inclusive podía vengarse de las personas que te incomodaban. Me pareció interesante la idea y le pedí que me prestase su gólem, Jacob me dijo que no podía porque yo era un goi, pero que podía alquilármelo, y lo que yo tendría que hacer era traer una monedita envuelta en un papelito donde yo escribiría lo que quería que el gólem le hiciera al individuo que se hacía de profesor. Bueno, yo recuerdo que le pedí al gólem que le rompiese la crisma a quien me atormentaba. Y te cuento que a la clase siguiente el profesor apareció con un ojo morado. Yo no lo podía creer. Jacob me aseguró que había sido el gólem. Me encantó. Se corrió la bola y los otros alumnos le pedían compensaciones parecidas y así fue como Jacob empezó a llegar a la escuela con una chanchita de cerámica en la cual los colegas ponían sus moneditas envueltas en un papelito y al día siguiente aparecía el profesor maltrecho de una forma o de otra. Puede ser que no fuese el gólem pero sí que los profesores aparecían maltrechos. Uno apareció con una curita en la cara diciendo que se había cortado con la hoja de afeitar, pero nosotros cruzábamos miradas sonriendo porque sabíamos que había sido el gólem.

El tiempo fue pasando. Dejamos la escuela, cada uno creció y tomó su camino y Jacob, con los rendimientos de aquella chanchita, compró un banco que originalmente se llamaba Montepío, pero pasó a llamarse Montegolem, y ahí nosotros poníamos nuestros ahorros porque el gólem era nuestro amigo también.

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