Fuente: https://gemini.google.com/
A veces no puedo dormir. Me gustaría decir que eso me ocurre porque trato de buscarle un significado a la vida o las respuestas a ¿quién soy? ¿a dónde voy? y otras parecidas, pero no se trata de algo tan glamoroso. Simplemente no me pudo dormir y ya. El resultado es que el siguiente día comienza como el inicio de una escalada al Everest sin comida, bombona de oxígeno y sin ropa adecuada.
Estaba yo en uno de esos días de los que uno espera que pasen rápido cuando me encontré con el aviso del espectáculo de Monsieur félin, un hipnotizador que prometía disfrutar de un gato haciendo “lo nunca visto”. He trabajado en marketing y sé que no hay límites para las promesas y que la mayoría de ellas terminan en decepciones de todo tipo, pero hacía calor, el local tenía aire acondicionado y seguramente habría poca gente a mi alrededor, de manera que opté por consumir una parte de mi día perdido en la penumbra de una nueva desilusión.
El local estaba más lleno de lo que supuse y recibió con un tibio aplauso a Monsieur félin, quien traía atado a una correa brillante a un enorme gato atigrado que, de un salto, se subió a un taburete mientras su amo saludaba al público. En muy pocas palabras, el hipnotizador nos informó que su gato, después de comportarse como un loro, un perro y un mono, bailaría el Bolero de Ravel.
Efectivamente, después de hacer oscilar un medallón dorado frente a la oscilante cabeza del gato, éste comenzó a responder las órdenes de su dominador y repitió Loro… lorito arrastrando la “r” tres veces, luego ladró en varios tonos y finalmente dio varios brincos sobre el taburete. Los aplausos aumentaban de intensidad cuando las notas del Bolero comenzaron a sonar. El gato seguía la cadencia con su peluda cola y luego con la cabeza, para después pararse sobre sus patas traseras mientras apoyaba las delanteras en el brazo del Monsieur félin y ondulaba su cuerpo.
Por un instante cerré los ojos y, al abrirlos, la escena era diferente y era el gato, vestido de smoking el que manejaba al obeso señor al ritmo de la medalla sostenida entre sus dientes. Miré a mi alrededor y estaba rodeado de gatos que no dejaban de carcajearse.
Al volver a abrir los ojos, todo había vuelto a la normalidad y el público aplaudía a rabiar al hombre y a su gato. Pensé que solo había sido un mal sueño.
Sin embargo, esa noche no pude dormir preguntándome si el mundo al revés es el del que sueña o si es con el que este sueña.
