La escuela del pueblo, 1896
Fuente: https://www.meisterdrucke.fr/
La vida se despliega como una obra de teatro que nunca ensayamos del todo. Los escenarios cambian con los años, se transforman los tiempos, y los personajes van entrando y saliendo del escenario sin previo aviso. Algunos permanecen durante actos completos, compartiendo escenas memorables que creíamos eternas. Otros cruzan fugazmente, dejando apenas una línea de diálogo o una mirada. Los aplaudimos cuando termina su participación, agradecemos su presencia, y luego desaparecen entre bastidores. Algunos regresan en actos posteriores; otros se pierden para siempre en los camerinos del tiempo.
Pero las memorias permanecen, tercas y luminosas. Los gestos que nos arrancaron risas, las palabras que quedaron flotando en los pasillos del pasado, aquella complicidad que no necesitaba explicaciones. Cada uno de nosotros carga un fragmento de aquella función compartida, una pieza del rompecabezas de vidas entrelazadas. Y aunque seamos cada vez menos en el escenario, aunque las butacas se vacíen paulatinamente, seguimos unidos por esa trama común que tejimos juntos.
El telón baja inexorablemente para algunos, y nos quedamos mirando el espacio vacío que dejaron, sintiendo su ausencia como un verso incompleto. Pero la música de aquellos días compartidos sigue sonando en nuestros corazones, recordándonos que fuimos parte de algo más grande que nosotros mismos: una historia colectiva donde cada personaje, por breve que fuera su aparición, dejó una huella imborrable en el guion de nuestras vidas.
