
Emperatriz Eugenia y sus damas de honor, 1855
Fuente: https://www.meisterdrucke.ie/
Eran las 9:00 a.m. y el Museo de Louvre abría sus puertas. Entraba el primer enjambre de turistas. Solo había transcurrido media hora cuando la seguridad del museo abortó las intenciones de la gente y sin mucha explicación los expulsaban de las instalaciones.
A los pocos minutos el mundo entero quedaba absorto. Se había cometido un robo espectacular a plena luz del día. Los ladrones accedieron a la Galería Apolo y con pasmosa tranquilidad se llevaron las alhajas de las reinas María Amelia y Hortensia, así como las de las emperatrices María Luisa y Eugenia. En total ocho objetos cuajados de piedras preciosas, valorados en 88 millones de euros.

Foto: collections.louvre.fr
En la huida, se deslizó del botín la corona que perteneció a la emperatriz Eugenia, que debe ser restaurada, aunque se desconocen los daños. La pieza es obra del joyero Alexandre-Gabriel Lemonnier, se realizó en 1855 especialmente para la emperatriz. En el oro que sirve de base se engastaron 1.354 diamantes y 56 esmeraldas. En la dorada superficie se labraron 8 águilas.
Su primera dueña, Eugenia de Montijo, nació en Granada y se convirtió en una de las mujeres más influyentes de Europa, además de ser la última emperatriz de Francia. La madre de Eugenia trabajó para que ella y su hermana Paca brillaran en los principales salones de Europa.
Su belleza y elegancia conquistaron a Napoleón III y en 1853 contrajeron matrimonio en el altar mayor de Notre Dame. Después de frustrados embarazos, Eugenia dio a luz al heredero, Napoleón Luis Eugenio Juan José Bonaparte, príncipe Imperial. En 1870 terminó el Segundo Imperio y Napoleón III y Eugenia se fueron a Inglaterra.
Gran mecenas, influyente en la moda y dueña de una invalorable colección de joyas, se vio en la necesidad de venderlas y se subastaron en Christie’s. La corona regresó a Eugenia, quien se la legó a María Clotilde Bonaparte. En 1988 se subastó nuevamente y entró en la colección de Roberto Polo, quien en 1992 la donó al Museo de Louvre. Por esos milagros de la vida, uno de los símbolos de Eugenia de Montijo se salvó de ser descuartizado.
El retrato original de la emperatriz Eugenia con traje de corte, obra de Franz Xaver Winterhalter, fue el primer retrato oficial que el artista realizó para Eugenia. Fue pintado alrededor de 1853 y exhibido en el Salón de 1855. Posteriormente, se conservó en el Palacio de las Tullerías y probablemente se perdió durante el incendio de 1871. Esta pintura es una de las varias copias realizadas por el taller de Winterhalter y otros artistas a lo largo del Segundo Imperio.