La doble vida de las mariposas, por Lucy Gómez

Revolotean por ahí preciosas, llenas de colores, emblemáticas, como las Monarca naranja con rayas negras, que cruzan toda Norteamérica para sobrevivir. Parten todos los años por estas fechas a tierras de reproducción y crecimiento en México desde Estados Unidos y Canadá. También se instalaron en el sur de España, en Cádiz, donde no tienen que hacer el viaje de 4000 kilómetros. Ahí son una especie, aunque invasora, preciosa. Han colonizado también Portugal, Hawái, Australia, Nueva Zelanda y parte de Oceanía.

Muchas mariposas, menos famosas, son un dolor de cabeza de los agricultores urbanos que no encuentran cómo deshacerse de ellas porque ponen huevos entre las hortalizas para que, cuando crezcan como larvas y orugas, se alimenten al crecer.

Hay una, blanca y chiquita, la mariposa de la col, que es responsable de pérdidas multimillonarias. Otra, que destruye los geranios, llegó a la península Ibérica en los 80. La Macaón, de 10 cts. de envergadura, es una belleza europea que de larva se alimenta de las hojas de la zanahoria, el hinojo y el perejil.

Yo misma he recetado muchas veces venenos contra esas orugas, cuando en la etapa de mariposas, no me atrevería a levantarles la mano.

Como todo en la vida, no es oro todo lo que reluce, ni diabólico todo lo oscuro. En todo esto nos salva el conocimiento. Las mariposas forman parte de la belleza de este mundo, es sólo una fase hermosa de la vida de un insecto, cuando poliniza flores, hace posibles los frutos.  Se disfrutan y hay que defenderlas tanto como los huertos, de los que hay que mantener alejadas algunas de sus orugas. Son como nosotros, con la potencialidad negativa siempre presente pero no necesariamente manifiesta. Entenderlas es lo mejor para conseguir el equilibrio.

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