
La bella ferretera, (c. 1490–1496), detalle
Fuente: https://www.wikiart.org/
En muchos mitos se atribuye a ciertos seres fabulosos el poder de matar con la mirada: el basilisco, la medusa… Bueno, esta última no te mataba, literalmente, pero te convertía en piedra, que es casi lo mismo.
Pese a que nos tenemos por superiores, mejores o modernos, todavía hay quien cree más o menos en eso, atribuyendo a la mirada un poder superior al que tiene, en el sentido de que se piensa puede hacer daño.
No me refiero al vulgar y clásico mal de ojo, sino al simple hecho de mirar feo. “Es que la empleada me miró feo”, se queja alguien. “¿Y te salió sangre?”, pregunta uno, inocentemente; pero te miran más feo aún.
Este también es y puede ser, no diría un pretexto, sino un motivo, para iniciar una discusión. Incluso hay peleas maritales por causa de la mirada, ya sea porque esta es torva o porque no es dulce. “Ya no brillan igual que ayer las pupilas cuando me miras”, dice Belinda en una canción.
He conocido a no pocas personas a quienes no les gusta que las vean. Como si les fueran a quitar algo de su esencia o de su alma por el hecho de que se queden observándolos. Tal vez temen que descubran algunos de sus secretos o de sus defectos, que no están tan a la vista, piensan ellos.
Cortázar menciona en un relato que los niños sí “miran fijo y de lleno en las cosas hasta el día en que les enseñan a situarse también en los intersticios, a mirar sin ver con esa ignorancia civil de toda apariencia vecina, de todo contacto sensible, cada uno instalado en su burbuja”.
Lo curioso es que, por la otra parte, nos hacen creer que debemos prestar atención permanentemente a todo y a todos. Mirar a los ojos de la persona que habla es buena educación; observar dónde pisas o al cruzar la calle; estar atento a la clase y al profesor. Entonces, ¿qué hago? ¿Miro o no miro? Y si miro, ¿cuánto? ¿O qué?
Pero ahora, al parecer, ya no debería preocupar tanto ese problema, cuando vamos en un transporte o esperamos nuestro turno en una oficina, porque la cosa que roba la atención y acapara las miradas está siempre con nosotros: el teléfono.
Tal vez ese aparato lo inventó precisamente alguien que no quería que se estuvieran fijando mucho en ella. Tal vez en un futuro no tan lejano las personas clamarán para que los miren. Tal vez ese futuro es hoy y esas personas son las que hacen videos en Youtube, TikTok y demás redes. Digo yo.