
Arbol de Navidad decorado con luces.
Fuente: https://artvee.com/
Se aproxima la Navidad.
Las luces y decoraciones llenan las calles, las casas, las vidrieras.
Se escuchan aguinaldos, los centros comerciales están a reventar.
El ambiente festivo se adueña del mes de diciembre.
Pero, sobre todo, los niños sueñan.
Confieso que hoy en día, esas ilusiones infantiles son mi principal motivación.
Por ellos es que cuelgo las botas en mi chimenea, saco mi nacimiento de osos, mis soldaditos del cascanueces, mi Rudolph, mis duendes.
Hasta desempolvo mi cuatro para cantar con ellos aguinaldos venezolanos, el “Burrito Sabanero”, “Si la Virgen fuera Andina…”
Pero también he de confesar que celebro otra Navidad mucho más callada.
Debo decir que ambas, la ruidosa y colorida, junto a la íntima y silenciosa, se entrelazan, se expanden y quizás hasta se embellezcan mutuamente.
Es allí, en ese otro rincón interno, un espacio poético tal vez, donde decoro mi muy personal arbolito.
Cada ornamento de mi secreto árbol de Navidad es una persona que quizás ya no está, pero continúa en presencia gloriosa, una risa, una lágrima, un recuerdo.
Al pie de ese árbol coloco mis regalos y enciendo una estrella radiante en mi corazón.
En ese instante, pasado y presente se encuentran y resplandece toda mi estancia, esa morada donde el amor sabe agazaparse.
Así disfruto cada noche de mis silenciosas fiestas navideñas, junto a mi muy dignificada soledad.
Mientras tanto, en el bullicio, me preparo para celebrar los sueños de mis niños, con alegría, música y nuestras tradicionales hallacas.
Y como es tradición, desde tiempos ancestrales, el 25 de diciembre amaneceré bailando aquel clásico de nuestras navidades caraqueñas interpretado por la orquestra Billo Caracas Boys:
“Navidad que vuelve, tradición del año, unos van alegres y otros van llorando…”
Les dejo el enlace para que vayamos practicando.