Esta semana que pasó fui protagonista de un musical, no de Broadway precisamente, pero musical al fin.
He de confesar que no son mi género favorito, con contadas excepciones, como “La Novicia Rebelde” y “Jesucristo Superestrella” los cuales puedo cantar de comienzo a fin.
Digamos que en general, siempre he encontrado algo forzado en eso de que los actores se hablen entre sí cantando, como si eso fuera lo más natural del mundo.
Hasta la semana pasada.
Sí, debo decir que me reconcilié con los musicales.
Comprendí que ese deseo irrefrenable y avasallador de hablar cantado, es completamente auténtico.
Surge de un gozo, de un lugar feliz.
Todo es culpa de mi hermana que vino de Barcelona por unos días.
Se nos alborotó musicalmente la infancia, la adolescencia, la familia, el hogar, ese refugio donde siempre se puede regresar.
Cantamos a todo pulmón en el carro, en la casa, en la calle.
Pero lo más curioso es que de la memoria reptil se desbordaban melodías y no podíamos terminar ninguna frase sin un bolero, ranchera o venezolana.
Por ejemplo, en un paseo por el río:
- ¿Qué pájaro es ese que se ve allí, ganso o pato?
Y yo completaba:
- ¿Gavilán o paloma?… pobre tonto, ingenuo charlatán… (José José)
O mi hermana comentaba:
- ¡Qué bonito medallón!
- Sí, es un cisne – decía yo – significa amor eterno…
Y ella completaba:
–Amor eterno e inolvidable… (Juan Gabriel/Rocío Dúrcal)
Así pasaron los días, entre canciones, risas y recuerdos.
Y no sigo porque, en vez de terminar estas líneas me voy a poner a cantar así, de repente…
- De repente, como el niño que se vuelve adolescente… (Aldemaro Romero)
¡Qué llena se queda el alma después de una visita familiar!
PD: les dejo el enlace de esta canción interpretada por Ilan Chester.