Gente que Cuenta

Resiliencia, por Getulio Bastardo

Paula Modersohn Becker Atril press
Paula Modersohn-Becker,
Niño en camino bajo los abedules, 1900
Fuente: https://artvee.com/

Caminaba sobre aquel piso duro y salado. Los pies ya no sentían el ardor quemante del suelo caliente: se había acostumbrado tanto a esa aspereza que la consideraba parte natural del mundo, igual que la sal que se le colaba entre los dedos a pesar del calzado de hilo tejido sobre goma reciclada que usaba.

Para ir a la escuela tenía que atravesar toda la sabana seca, árida, caliente y salada.

Tampoco el sol le quemaba ya. Parecía que su espalda ligeramente encorvada, repelía los rayos incandescentes. Y aun así, no tenía prisa. Su andar era lento, con las manos entrelazadas a la espalda y la mirada fija en el suelo, como si buscara algo perdido; o, más bien, como si buscara aquello que nunca se le perdió.

No tenía edad para cargar con una espalda doblada, de modo que no podía achacarse ni al peso de los años ni al de la vida —que todavía no había vivido demasiado—, quizá sí al peso silencioso y obstinado de la pobreza.

La pobreza era tanta que, en su infancia, jamás supo de celebraciones de cumpleaños, ni de regalos del Niño Jesús o de los Reyes Magos. Mucho menos de fotografías: no existía una sola imagen suya de ninguna edad ni en ninguna parte.

Aprendió rápido a leer y escribir en la escuelita del pueblo, y devoraba cuanto papel escrito llegaba a sus manos: hojas sueltas, periódicos viejos y nuevos, algún libro abandonado en una estantería casi vacía. Así descubrió otros mundos y empezó a fantasear con el suyo propio.

Consiguió una beca para estudiar en la universidad y, aunque hubiera querido ser escritor, se inclinó por una carrera “más productiva para salir de abajo” como decían en su casa. Sin embargo, jamás abandonó su afición por la lectura.

En la universidad junto con los libros de texto siempre había otro de cualquier tema.

Aprendió que pobreza no es solo la ausencia de dinero; es una geografía interior que se aprende desde los pies descalzos, desde la espalda que se curva antes de tiempo, desde el silencio de los cumpleaños que nunca llegan. En este caso, la pobreza no grita: se posa como una costra de sal sobre la piel y el alma. Se vuelve costumbre. Se vuelve paisaje. Y eso es, quizás, lo más cruel: que el dolor termine pareciendo lo natural.

Pero allí, en medio de esa aridez, nace algo que no puede ser comprado ni regalado: el deseo de superación.

La resiliencia. No llega como una hazaña heroica, sino como un gesto humilde y persistente. Leer papeles sueltos, rescatar periódicos viejos, abrir libros olvidados y leerlos junto con los libros de la carrera: esos actos pequeños son, en realidad, formas silenciosas de rebelión.

Mientras el cuerpo se adapta a la dureza del suelo, el espíritu se expande hacia mundos que nadie le ofreció, pero que él mismo se atrevió a imaginar y concretar.

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Getulio Bastardo Médico psiquiatra clínico, profesor universitario jubilado en Venezuela y activo en Perú, casado, con seis hijos y seis nietos. Soy un viejo feliz getuliobastardo@yahoo.com.mx

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