
Niños comiendo dulces, s/f
Fuente: https://www.meisterdrucke.fr/
La glicemia, o nivel de glucosa en sangre, es mucho más que un número en los exámenes médicos. Es un espejo de cómo vivimos, comemos, dormimos y gestionamos el estrés. Mantenerla estable es clave para prevenir enfermedades crónicas como la diabetes tipo 2, pero también para sostener la energía, el estado de ánimo y la claridad mental.
Nuestro cuerpo está diseñado para mantener la glucosa en equilibrio, liberando hormonas como la insulina cuando comemos y glucagón cuando necesitamos energía. Sin embargo, los hábitos modernos —comidas rápidas, exceso de azúcares ocultos, estrés continuo y falta de sueño reparador— rompen ese delicado balance. Con el tiempo, las células dejan de responder bien a la insulina, generando resistencia, inflamación silenciosa y fatiga persistente.
Un ejemplo real es el de Daniel, un joven de 29 años que trabajaba bajo presión y comía sin horarios. A pesar de ser delgado, presentaba glicemias altas y cansancio constante. Al modificar su rutina —desayunos ricos en proteínas, pausas activas y cenas tempranas hasta las 8 pm— sus niveles se estabilizaron en pocas semanas. Descubrió que su cuerpo no necesitaba “dietas milagrosas”, sino coherencia y descanso.
Estudios actuales muestran que los picos de glicemia afectan el metabolismo, y más aún afectan el estado emocional, ya que el cerebro depende de una glucosa estable para mantener la calma y la concentración. Por eso, cuidar la glicemia es también cuidar la mente, más allá de cualquier enfermedad. La clave está en escuchar, atender al cuerpo, elegir alimentos reales, moverse con frecuencia y dormir bien: cuatro actos de autocuidado que regulan la glucosa y devuelven equilibrio a la vida.
Podríamos decir que la glicemia es como el ritmo de un tambor interno: si su compás se acelera o se interrumpe, todo el cuerpo pierde armonía. Mantenerla estable es aprender a escuchar ese tambor que marca el pulso de la vida, a encontrar el ritmo entre la acción y el descanso, entre el alimento y la quietud. En ese equilibrio invisible se esconde el verdadero bienestar.
