
Retrato de un noble
Fuente: https://www.wikiart.org/
No las tuvo nunca. La vida no firma contratos ni ofrece reembolsos. Uno vive como quien tantea una pared en la oscuridad, buscando una grieta por donde entre un hilo de luz. A veces la luz entra; otras, llega un olor antiguo, una sombra olvidada, una voz enterrada. Vivir es aceptar que el día puede volverse espejo, cuchillo, refugio o laberinto, y que no controlamos cuál será.
La vida es una materia indócil.
Se escurre, se contradice, se burla. Uno intenta entenderla y ella cambia de piel, se ríe de nuestras certezas. Vivir implica un acto de modestia: admitir que lo que creemos firme puede desmoronarse con un gesto, que la memoria es caprichosa, que el dolor tiene su calendario y la alegría su idioma. No hay garantías porque la vida no se deja domesticar; apenas se deja acompañar.
Y empero, vivimos. Porque en esa falta de garantías hay tal vez un territorio fértil. Lo incierto abre puertas que lo seguro clausura. Cuando uno vive de verdad, aparecen voces que esperaban turno: la mujer que fuimos, el niño que aún nos mira, la ciudad que nos expulsó pero sigue oliendo a casa, la hermana que respira en cada gesto. Vivir convoca un coro que a veces desafina, pero siempre dice algo necesario.
Vivir es un riesgo. Uno se expone a que lo vivido duela más que lo esperado, a que una palabra abra una herida dormida, a que un recuerdo pese más que el presente. Pero también a lo contrario: a que un abrazo cure, a que un encuentro ordene, a que una mirada devuelva ternura. La vida no garantiza nada, pero a veces regala milagros discretos.
Y está el riesgo de ser malinterpretado. La vida que uno vive nunca coincide con la que otros creen que uno vive. Siempre hay alguien que ve otro ritmo, otro sentido. La vida vivida se vuelve de otros. Y uno aprende que no se vive para tener razón, sino para abrir un espacio donde otros puedan reconocerse.
Al final, vivir es un acto de fe. Una apuesta sin promesa. Un salto sin red. Vivir no tiene garantías, pero tiene algo mejor: la posibilidad de que, en medio del caos, aparezca un instante que nos sostenga. Quizá la única garantía sea esa: que mientras vivimos, la vida —indócil, impredecible, feroz— se deja tocar un segundo por la claridad.
Termina un año. Comienza otro. Viene sin garantías.