Gente que Cuenta

Te cuento que… por Suzan Matteo

Prtemio Nobel MCM Atril press
Jørgen Watne Frydnes, Presidente del Comité Noruego del Nobel y María Corina Machado.
Fuente: https://www.nobelprize.org/

El miércoles pasado, las miradas del mundo se volvieron hacia Escandinavia.

Los premios Nobel de 2025 volvieron a recordarnos, en estos tiempos de zozobra y ruido digital, que aún existe un faro que ilumina la excelencia humana.

Y alguno se preguntaría a qué se debe la curiosidad logística: que si Estocolmo para la ciencia y las letras, que si Oslo para la Paz. Un detalle geográfico menor, una anécdota administrativa, pero que encierra una historia que merece la pena contar.

Todo arranca del singular testamento de Alfred Nobel, el sueco que amasó una fortuna colosal gracias a su invento de la dinamita. Un hombre de ciencia, pero también de conciencia, quien supo ver más allá de la muerte y quiso que el legado de su vida no fuera la destrucción, sino la luz. Por eso dejó su riqueza para premiar a aquellos que, con su intelecto y su voluntad, empujan a la humanidad hacia adelante: Física, Química, Medicina, Literatura. Pilares del progreso.

Pero entre todas ellas, brilla con luz propia la más compleja, la más necesaria, la que cada año nos reconcilia con la maltrecha condición humana: el Premio de la Paz. Nobel especificó que este debía ser otorgado por un comité noruego, mientras que los demás premios serían entregados en Suecia. Hay varias teorías sobre por qué tomó esta decisión, pero una de las más populares es que consideraba a Noruega como una nación más pacifista que Suecia en su época. En ese momento, Noruega y Suecia estaban unidas bajo una monarquía común, pero mantenían sistemas políticos y militares separados. Nobel confiaba en el sistema político noruego y en su capacidad para gestionar con imparcialidad un premio tan delicado como el Nobel de la Paz.

Mientras en Estocolmo se celebran los triunfos del ingenio, en Oslo se honra la virtud de la concordia. Es el único premio que se entrega en Noruega, y su simbolismo es inmenso. Reconoce a individuos y organizaciones que han dedicado su vida, a menudo con grave riesgo, a suturar las heridas del mundo. Es un recordatorio anual de que la utopía de un mundo mejor sigue siendo el motor más potente de la historia.

El Nobel no es un capricho nórdico, sino una cita ineludible con nuestra propia capacidad de grandeza. Un faro que, año tras año, nos recuerda que, a pesar de todo el caos, la inteligencia y la paz siguen siendo las únicas banderas que merecen ser izadas. Y eso, queridos lectores, es una verdad que ni el cinismo moderno puede erosionar.

Suzan Matteo Atril press
Suzan Sezille de Matteo es caraqueña, cosecha del 52; ingeniero industrial aplicada al área social; esposa, madre de dos, que ahora abuelea y escribe desde Inglaterra. suzansezille@gmail.com IG @tomadodeaquiydealla

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