Gente que Cuenta

Tiempo pasado,
por José Manuel Peláez

Henry Monnier Atril press
Henry Monnier,
Caballeros, 1828
Fuente: https://commons.wikimedia.org/

 La conversación giraba sobre el mismo punto desde que me senté cerca de un grupo de esos que ahora se llaman “gente de la tercera edad”. El tema que daba vueltas en la noria era el consabido “todo tiempo pasado fue mejor”. Cada uno de los asistentes pugnaba por hacer recordar a los otros el aroma de las antiguas panaderías o salivaba al evocar el sabor de “aquellos” tomates o insistía en que la televisión nos había vuelto blandengues.

Particularmente nunca me ha gustado pensar que todo tiempo pasado fue mejor y si me mantenía en mi atalaya cercana a la discusión era por la discordante presencia de uno de los viejitos, quizás el más viejo de todos, que no hacía nada por intervenir y que tampoco asentía vigorosamente cada vez que uno de sus compañeros pregonaba una imagen del añorado pasado a la que había que reverenciar.

Supe que se llamaba Leoncio cuando se levantó y fue a sentarse un poco más lejos. Yo le seguí y le saludé con un casual “buenas tardes”.

─ Son unos mentirosos ─ me dijo señalando con el mentón al grupo.

Debo haber puesto una cara de mucha sorpresa porque Leoncio explotó en una risa convulsa que estremeció todo su cuerpo.

─ No lo tome a mal ─ me aclaró pasada la risa ─ la verdad no es que ellos extrañen tiempos pasados… ellos extrañan ser jóvenes ¡eso es todo!

─ ¿Y usted no lo extraña?

─ ¡Claro que sí! pero no me quiero mentir.

Leoncio me dijo que lamentarse por envejecer era como ladrar a la Luna y esperar que nos conteste. Ni volverás a ser joven ni la Luna te contestará. De manera que, en vez de dedicarse a remirar mil veces un álbum de fotografías antiguas, él prefería recordar sin lamentarse. Había vivido buenos momentos, emociones nuevas cada día, pasiones arrolladoras y ahora tocaba recordar con amor todo aquello. También había vivido guerras, penurias, separaciones y dolores y ahora tocaba darles su lugar en el olvido, pero nunca lamentarse. Ese es el camino más rápido a la amargura.

─ ¡Leoncio! ─ le gritaron desde el grupo ─ ¿Tú te acuerdas de aquella enfermera morena de ojos verdes que…?

─ … ¿Andreina? ─ contestó Leoncio con una sonrisa pícara.

El coro repitió el nombre con gestos de extrañar mucho a Andreina y después concluyó que ya no hay enfermeras así. Leoncio me guiñó un ojo.

─ Por eso la tengo viva en mi memoria.

No dijo nada más, entendí que era mejor dejar a Leoncio recordando lo bueno y enterrando lo malo y, discretamente, me despedí de él. No me contestó, pero seguía sonriendo.

 

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José Manuel Peláez Profesor universitario de Literatura del Renacimiento y Teatro Contemporáneo. Escritor de ficción para cine, televisión y literatura, especialmente policial. Sus novelas “Por poco lo logro” y “Serpientes en el jardín” se consiguen en Amazon. Ha creado y dirigido Diplomados de Literatura Creativa y de Guion audiovisual en la Universidad Metropolitana de Caracas. Actualmente mantiene un programa de cursos virtuales relacionados siempre con la Narrativa en todas sus formas. josemanuel.pelaez@gmail.com
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