La muchacha entró al recinto acompañada por una de las voluntarias.
Nos habían avisado que una de las participantes del evento era ciega.
Yo ya ocupaba mi puesto en el podio, cuando ella llegó con su bastón y una enorme tristeza en la mirada. Mi gentil compañera la acomodó justo frente a mí.
Le sonreí instintivamente, creo que las sonrisas llegan sin necesidad de ser vistas. Creí descubrir en su rostro el atisbo de una.
Justo antes de que comenzara la sesión, le escuché decir a la persona que tenía a su lado que tenía frío.
Yo recordé que guardaba un ligero chal verde en mi cartera, así que procedí a sacarlo y ofrecérselo.
Ella lo tomó con agradecimiento y se arropó en él.
La exposición sobre el duelo comenzó.
Soy voluntaria desde hace casi siete años de un centro de apoyo a las personas que han perdido seres queridos. (Bob Glasgow Grief Support Centre)
Esa noche, el solemne recinto estaba a reventar.
Como dijo Oscar Wilde “Donde hay dolor es lugar sagrado”.
Me tocó el turno de hablar y narrar mi experiencia de duelo.
Me vi a mí misma en aquella muchacha rodeada de oscuridad, la de sus ojos y la de su pena, acurrucada en mi chal, conteniendo las lágrimas.
Siempre termino mi breve intervención con un poema en memoria de mi maravilloso esposo.
Termino compartiendo que, si algo he aprendido sobre el duelo es que, no importa que tan negro sea el camino que uno transita, el amor permanece intacto.
Las cuatro voluntarias de esa noche, culminamos la sesión. El público aplaudió conmovido.
La muchacha ciega se quitó mi chal verde y me lo devolvió con palabras de agradecimiento.
Pude ver algo de luz en su mirada, también una sonrisa.
Espero que mi ligero manto color esperanza le haya proporcionado algo de abrigo.
“Morir es retirarse, hacerse a un lado,
ocultarse un momento, estarse quieto,
pasar el aire de una orilla a nado
y estar en todas partes en secreto”.
Jaime Sabines