
La empeñada abuela de un amigo común falleció a los 98 años y, para hacerme más llevaderos los gestos de duelo, arrastré a Manolo al tanatorio. A la cuarta persona que se le acercó para decirle “no somos nada”, Manolo se atrincheró detrás de la máquina expendedora de café y no hubo manera de devolverlo a enfrentar al toro de los lugares comunes. Como a mí tampoco me apetecía, nos dedicamos, yo a tomar café, y él a sorprenderme hablando de sus propios abuelos.
Su abuelo paterno se llamaba Constantino y fue cartero de pueblo, un oficio extinto. Manolo lo recuerda porque todos decían que llevaba un lobo siempre a su lado cuando iba por las noches al bar y que, cuando se adormecía, el animal se erguía y amenazaba con ojos amarillos, colmillos apenas asomados y el lomo erizado a los parroquianos que pretendieran hacerle daño al cartero en venganza por tantas malas noticias que alguna vez les había traído. Eso de “no mates al mensajero” no estaba de moda.
Su abuelo materno era Severiano, un hombre extremadamente delgado y alto que había servido en la caballería y al que Manolo siempre recuerda contando que el día que dejó el ejército fue a despedirse del caballo y ambos lloraron amargamente: “¡No te imaginas lo grandes que son las lágrimas de un caballo!” le decía Severiano a su nieto para asombrarlo aún más.
Esta historia del caballo remitía a Manolo a Los viajes de Gulliver. En el cuarto viaje, Gulliver llega a una tierra habitada por caballos muy sabios que la comparten con una especie de humanoides, los yahoo, a los que siempre deben mantener alejados. Gulliver le explica a su amo caballo lo que es la cultura de los hombres y el caballo se horroriza de que haya una especie tan cruel como la de los hombres, que esclavizan a los caballos, que siempre tengan excusas para iniciar guerras, que han inventado el lenguaje y lo usen para mentir, que les importa poco la ética y que están dominados por sus apetitos más bajos. Con el tiempo, Gulliver pretende quedarse a vivir con los caballos, pero estos lo exilian porque, aunque saben que él es bueno, sigue siendo un hombre y los hombres siempre están en peligro de corromperse y de corromper lo que tocan.
Manolo está casi seguro de que tanto la historia del lobo de Constantino como la del caballo de Severiano son mitos de la familia y que como tales mitos ambos deben ser falsos, pero aún así los atesora con todo afecto porque siempre le han servido para ponerle a pensar.
Esa noche, soñé con un mundo donde los lobos cuidaban de las personas y los caballos terminaban aceptándonos como seres con probabilidades de mejorar… pero ya se sabe cómo terminan todos los sueños.

Profesor universitario de Literatura del Renacimiento y Teatro Contemporáneo. Escritor de ficción para cine, televisión y literatura, especialmente policial. Sus novelas “Por poco lo logro” y “Serpientes en el jardín” se consiguen en Amazon. Ha creado y dirigido Diplomados de Literatura Creativa y de Guion audiovisual en la Universidad Metropolitana de Caracas. Actualmente mantiene un programa de cursos virtuales relacionados siempre con la Narrativa en todas sus formas.
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