Dentista extrayendo una muela a un paciente que tiene tanto dolor que le arranca la peluca.
Decía mi dentista de Caracas que las emergencias de la boca se deben a dos razones: un accidente, que puede ser un choque de carro, un palazo, algo así, o al descuido.
Aparentemente quien se hace revisar la boca creo que dos veces al año corre un riesgo mucho menor de tener que buscar un dentista a la carrera.
En eso de los dientes habremos de convenir que existe una suerte de Ley de Murphy que garantiza que esas emergencias nunca suceden, digamos, a mitad de semana y a la hora del almuerzo. Suelen ocurrir tarde en la noche y durante un fin de semana, cuando se siente que de ahí a la muerte no hay sino un paso. Yo por eso cuando nos vinimos a Portugal guardé con cuidado el teléfono de un dentista, no sé si bueno o malo, cuya placa ponía que atendía las 24 horas. No es lo de menos.
Como les decía, un dolor de muelas es poco más o menos que el fin del mundo, y un dentista lo más parecido que hay a los tormentos de la Inquisición. Pero hay que ir, aunque uno sienta que va rumbo al matadero, porque ya vimos que hacerse el loco es mucho peor.
Ahora que lo pienso, eso de las dos razones, accidente o descuido, aplica a muchos otros momentos: tubos, cables y piezas de los llamados artefactos domésticos, relaciones personales, sean de pareja o de familiares y amigos, dolorcitos del cuerpo, cuentas en el banco, comida en la nevera… la lista es larga y seguro que ya se acordaron de otros ejemplos.
El problema es que resulta muy difícil tener tantos alertas prendidos, porque me parece que no nos daríamos abasto.
Por lo pronto, les dejo mi compromiso de, sin falta, pedirle una cita a nuestro dentista, que total, queda atravesando la calle, en el edificio de enfrente. Lo demás lo iré llevando poquito a poco…
Fue Directora Ejecutiva de la Fundación Andrés Mata de El Universal de Caracas, y Gerente del Centro de Documentación de TV Cultura de São Paulo. Es autora de varios libros y crónicas.
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