“Era chiquita y bonita, como la flor del almendro…”
Mi papá me recitaba ese poema larguísimo, de Manuel de Góngora, cuando yo tenía cuatro años.
Yo no entendía nada, pero me gustaba la parte que decía:
“Tijeritas de oro y plata, tris, tras, tris tras…”
Reflexionando hoy sobre las razones que me han llevado a escribir, concluyo que desde pequeña he ido de la mano de la poesía, la cual ha sido y sigue siendo, mi refugio y compañía.
En mi adolescencia, mi primer despecho amoroso lo superé con aquel poema de Julio Flórez:
“…tú eres espuma, yo mar, que en sus cóleras confía; me haces llorar, pero un día, yo también te haré llorar…”
Después, cuando tuve a mis hijos, Maternidad, de José Pedroni:
“Mujer, en un silencio que me sabrá a ternura, durante nueve lunas crecerá tu cintura…”
Y disculpen esta especie de collage poético-biográfico, pero creo que son los cimientos sobre los cuales finalmente pude soltar mi voz.
Mi primer cuento fue inspirado por la complicidad entre mi hijo de un año y mi padre, “El Pequeño Príncipe de Pestañas Largas y las Tres Esencias”.
En ese momento comprendí que escribir tenía un impacto.
Más adelante, descubrí que la escritura era necesaria para mi salud mental y mi mente se fugaba en el pasillo azul de la oficina de ingeniería.
Ante la adversidad, esa que no es negociable, aprendí que escribir me ayudaba a refinar mis emociones. Así, con mi testimonio sobre el cáncer (1995) y más recientemente mis memorias sobre el duelo (2020), intenté transformar el miedo y el dolor, en algo bello.
Es el poder alquímico de las palabras.
Con el tiempo, mi inspiración ha cambiado y ahora, con mis nietos retozando a mi alrededor, la propia abuelita, escribo cuentos para mis tres “Chispitas”.
En fin, cuando me lanzo al lienzo en blanco de la pantalla, me siento como una niña, corriendo, persiguiendo un aroma, un silencio, un anhelo.
Felicidades a Atril en su tercer aniversario, con mi agradecimiento por ser el vehículo para expresar ese anhelo, a veces escurridizo…