Gente que Cuenta

Amo esta isla,
por Rubén Azócar

A Herschwitz Atril press
A Herschwitz,
Canal street, New Orleans,
tarjeta postal impresa c. 1940
Fuente: https://commons.wikimedia.org/

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        Hace poco más de tres meses me mudé a New Orleans, y aunque no está rodeada por el mar, vivo en una isla. No una de océanos, sino de historia, agua, espíritu y alma.

Históricamente, la ciudad siempre ha ido a su propio ritmo: nacida francesa, moldeada por España, nunca británica, y unida a Estados Unidos casi a regañadientes tras la Compra de Luisiana. Los refugiados de Saint-Domingue —personas libres de color, colonos y esclavizados— trajeron lenguas, ritmos y sabores que, mezclados con lo criollo, crearon una identidad única, suspendida, como tierra separada del continente.

Topográficamente, New Orleans está sostenida por agua: el lago Pontchartrain al norte y el Mississippi que la abraza en curva de luna creciente. Ese borde líquido la hace sentirse desprendida del resto del país.

Geográficamente, es el umbral norte del Caribe. Durante siglos, su puerto conectó con La Habana, Puerto Príncipe, Veracruz y Centroamérica; azúcar, café, ron, historias y sueños iban y venían hasta impregnar la ciudad. Por eso New Orleans es, de algún modo, la isla caribeña más al norte.

Políticamente también es una isla: vibrante, diversa, progresista, flotando en un mar conservador.

Climáticamente respira trópico. Las tormentas caen como un telón y minutos después nace un sol nuevo. El calor abraza, la humedad acompaña; incluso el clima parece tener música propia.

Y su gente… ellos sí son isleños de alma. Caminan con calma, sonríen con ternura, viven confiando en que mañana todo se resolverá. Let the good times roll no es un lema: es una corriente que mueve la vida diaria. Muchos no han vivido en otro sitio, arraigados como manglares a su tierra salobre.

Por todo esto, New Orleans no necesita mar para ser una isla. Lo es: moldeada por la historia, suavizada por el agua, elevada por su cultura y animada por su gente.

Y en estos pocos meses, siento que esta isla me ha empezado a acoger, como si siempre hubiera estado destinado a llegar aquí.

Amo esta isla.

Ruben Azocar Atril press
Rubén J. Azócar es caraqueño, médico anestesiólogo e intensivista, fanático del béisbol y vive en New Orleans. Escribe desde hace más de un cuarto de siglo. rubenjazocar@gmail.com
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