Calma, por Lucy Gómez

Calma es de lo que no hay. Nadie parece tener calma. Porque para tenerla se necesita detenerse un momento, aunque haya casos en los que se debe esperar mucho, no para tolerar ni aguantar, sino para analizar, tener en cuenta las situaciones y reacciones posibles ante una situación complicada . Y luego, solo luego, tomar la decisión.

Toda la vida he hecho un poco lo contrario, basada en mi signo del horóscopo chino, el tigre. Una de sus mejores cualidades, como la de cualquier felino que se precie, es caer siempre de pie.

Y así me ha sucedido siempre o casi siempre. Al tomar o dejar trabajos, personas, países.

Ahora me he dado cuenta de las virtudes de pensar las cosas antes y me estoy tomando el trabajo de explorar todo, viendo cuán rápida y efectiva puede terminar siendo la calma. Un estado del cerebro que ayuda darse cuenta de los aspectos críticos de lo que nos sucede.

Ayuda porque permite corregir. ¿Qué pasa cuando nos encontramos en una encrucijada, es decir, cuando necesitamos tomar un camino u otro? . Que no queremos equivocarnos. Pero cuando la prisa nos invade no podemos evaluar nada. Nos arrastra la ira, la ambición o el deseo. Y así nos va. Sólo podremos enfocar el problema cuando corrijamos todo lo que nos parezca erróneo, antes.

Y ese es el origen de las decisiones que funcionan: corregir antes de la decisión todo lo que pueda influir en el resultado final pero que detectamos que no sirve, es falso, hace daño, se mueve extraño o comunica cosas inexactas de nosotros. Lo arreglamos primero o lo tomamos en cuenta. Es difícil, pero no imposible. Hay que acostumbrarse a detenerse, pensar, arreglar lo que se pueda y seguir.

Con esta corrección sempiterna, que es tan difícil, porque no se trata de los demás sino de reconocer nuestros errores, imperfecciones y limitaciones, viene la calma. La decisión y después, la alegría, la certidumbre, la tranquilidad o la conformidad interior. Pruébenlo, a ver.

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