
Mujer con blusa verde, 1913
Fuente: https://pt.wikipedia.org/
Vivimos en una cultura que exalta la felicidad y rechaza el malestar, como si sentir ansiedad, tristeza o miedo fuera un signo de debilidad. Pero la ciencia y la experiencia humana nos recuerdan algo esencial: el sufrimiento es parte natural de la vida, y negarlo solo lo intensifica. Desde la Terapia de Aceptación y Compromiso, se propone un cambio profundo: dejar de pelear contra lo que sentimos y aprender a convivir con ello desde la conciencia y la elección.
Imagina que caes en arenas movedizas. Luchar desesperadamente te hace hundirte más. Solo cuando dejas de resistir y te mueves con calma hacia un punto firme, logras salir. Así funciona también la mente: cuanto más intentamos controlar o eliminar nuestras emociones, más atrapados quedamos en ellas. La salida no está en el control, sino en la aceptación activa.
María, una docente de 38 años, vivía con una sensación constante de ansiedad. Cada día intentaba “controlarla” con más trabajo, silencio o distracciones. Sin embargo, cuanto más lo hacía, más se intensificaban sus síntomas: insomnio, palpitaciones, agotamiento. En terapia, aprendió a observar su ansiedad como una señal, no como una enemiga. Empezó a notar que esa sensación aparecía cuando descuidaba su descanso o se exigía más de lo que podía. Con el tiempo, dejó de luchar contra la emoción y comenzó a escuchar lo que le decía. Esa apertura cambió su relación con ella misma y le permitió reconectar con lo que realmente valora: su bienestar y su familia.
Aceptar no es rendirse, es permitirnos sentir sin juicio y elegir actuar en coherencia con nuestros valores más profundos: cuidar la salud, nutrir relaciones, avanzar hacia lo que da sentido. Al hacerlo, el malestar pierde su poder, deja de ser un obstáculo y se convierte en un aliado silencioso que nos impulsa a crecer, se convierte en parte del camino.
La evidencia científica demuestra que quienes desarrollan esta actitud de aceptación y compromiso logran gestionar mejor el estrés, mejor regulación emocional y más bienestar general. El secreto no está en evitar sentir, sino en aprender a estar presentes incluso cuando duele, confiando en que el dolor no nos define: sólo nos recuerda que estamos vivos y en movimiento. Porque al final, la vida no se trata de no sentir dolor, sino de seguir caminando con el corazón abierto, incluso cuando el suelo tiembla bajo los pies.