
lustración del libro “París cómico, revista divertida”, 1842
¿No se han dado cuenta de que muchos de los desconocidos que encuentras no lo son realmente?
Hay diversas clases. Te los topas casi todos los días. No los ves, pero ellos sí te ven a ti.
Su mejor versión son los vecinos: compartimos casi la misma dirección, tomamos los mismos autobuses o taxis, salimos a la misma hora, compramos en el mismo super. Pero si vives en un edificio medianamente grande, no sabes generalmente cómo se llaman, si están casados, solteros o si tienen niños.
Hasta que un día, detienes el ascensor para no dejarlos en planta baja. O te enredas con el llavero y no alcanzas a abrir rápido la puerta de entrada del edificio y se cruzan unas palabras. Los más osados inician un interrogatorio. “Yo no la había visto antes”, “¿Usted vive aquí?”. “En cual piso?” Una hasta me preguntó la edad y me contó su historia. Llegó al edificio hace veinte años, por eso conoce a todo el mundo: a la del tercero, al del cuarto, “a la Pilar”, que es la conserje y algunas veces sale con ellas o se las encuentra en la compra.
¿” Por qué no la conozco a usted’? “Debe ser porque usted no sale”, concluyó de lo más convencida. Estaba a punto de invitarme a jugar las cartas. Hubiera tenido que negarme, porque a mí, la verdad, ni las cartas, ni los dados, ni el ludo. El juego me deja indiferente… Pero la distrajo otra mujer con quién empezó un diálogo sobre lo que iba a cocinar esa noche.
Ahora está convencida de conocerme y no me ha interrogado más. Hay otro que me llama “profesora”, debe ser que tengo cara de serlo, aunque ya no lleve lentes de pasta.
Un vecino de planta baja, con quien me cruzo frecuentemente, tiene un par de perros que me gustan. ¿Saben? No sonrío casi a la gente en la calle si no las conozco, sino a sus perros, que generalmente son muy atentos, me menean la cola en lo que se dan cuenta de que la risa es con ellos. Pues al señor no le convenció mucho mi relación con sus perritos y me torció los ojos cuando se dio cuenta de mis sonrisas. Ayer me lo encontré de nuevo y los apresuró, moviendo la correa. “Esa loca”, me imagino que pensó…
Después están los amigos de las redes sociales: amigos del colegio, de los trabajos pasados, presentes y futuros, familiares y amigos virtuales. De esos tengo muchísimos más que los que conozco personalmente, por supuesto.
A veces mantenemos conversaciones. Otras son solo intercambios de “likes”, corazoncitos o de “compartir”. Hay quien me regaña por no responderle a tiempo y un pequeño número me pregunta cosas, generalmente relacionadas con las plantas o su cultivo. Al final, pasa igual que con los desconocidos de carne y hueso: salimos a la misma hora, le damos ” like” a las mismas cosas, tuiteamos las mismas fotos, o se comparte a veces alguna pasión, pero más nada.