Gimnasios,
por Lucy Gómez
Recuerdo aquella muchacha, alta y fuerte. Tenía una cinta marrón que le amarraba el kimono y unas ganas de acabar conmigo rápido, porque seguramente tenía que ir a desayunar o algo. Y lo hizo. No recuerdo si creía que iba a ganar en aquella competencia, pero no se me ha borrado la sensación de su peso aplastante. Prácticamente se sentó encima de mí, no pude moverme más y perdí.
Ese es uno de los recuerdos que tengo del karate y de los gimnasios, porque entrenábamos en el de mi universidad. Aprendí no solamente a dar patadas y puñetazos, sino a dar volteretas en el suelo y las reglas de la estricta cortesía oriental con que se trata a los maestros y compañeros de equipo.
Viene a cuento ahora, porque después de practicar a ratos varias disciplinas, como el yoga, el tai chi y la gimnasi...


