En estos días apareció en las redes el video de una señora colombiana que se gana la vida vendiendo chismes. Se identificó como Miryam, de 67 años y oriunda de Armenia, Colombia, una ciudad de poco más de 300,000 habitantes en la región andina.
Según cuenta, ella anota en una libreta los chismes con la mayor cantidad de información posible, y después los vende a diferentes precios, de acuerdo a cuán “jugosa” sea la historia.
Según afirma, este negocio le ha permitido comprar dos casas y le ha valido el reconocimiento de su comunidad.
Cuando este video comenzó a rodar, seguramente ya se lo encontraron por ahí, me pareció de lo más divertido, pero después, metabolizándolo un poco, me di cuenta de que Doña Miryam hubiera hecho las delicias del mismísimo García Márquez, quien las veces que hizo falta explicó que en sus libros más que inventar lo que hacían era compartir con sus lectores el mundo en el que había nacido y vivido parte de su vida. Ni más ni menos. Si no, pregúntenle a la señora de la crónica de la muerte anunciada, o a las mariposas amarillas que Úrsula espantaba con el paño de la cocina.
Pero no me quedé quieta nada más que con el Gabo. Nadando un poquito más hacia lo hondo, me puse a ver que los periodistas también somos chismosos de oficio. Como la buena señora de Armenia oímos, anotamos y después contamos, y siguiendo la comparación también tenemos un esquema de precios.
Hay quienes cubren fuentes básicas, sucesos, por ejemplo, que escriben sobre el crimen más reciente y tienen sus fuentes que les cuentan novedades y detalles. Hay los más “jugosos”, que mientras más la gente dice que no, más los lee. Me refiero a las llamadas “revistas del corazón” y las de chismes de farándula.
Ya un poco más sofisticados están los que se informan y escriben con temas más complejos, como política y economía, y a veces, de tanto oír y estudiar, se convierten en reconocidos analistas.
Pero la premisa es igual a la de esta buena señora: oyen, anotan y cuentan. A ella este oficio le ha rendido dos casas. A muchos de mis colegas, ni eso, y al Gabo, por su deliciosa e inigualable calidad de contar, le valió un Nobel. Nada, que cada uno llega hasta donde puede…