La respuesta de Manolo fue un NO contundente porque ese día y a esa hora tenía un compromiso ineludible. El asunto era sospechoso. Manolo se había burlado muchas veces de lo ineludible como excusa y ahora yo le estaba invitando al “Circo Benito”: un circo ambulante que se parece al Cirque du Soleil tanto como un caniche se parece a un perro afgano con pedigree. En el “Circo Benito” al malabarista se le caen los aros y los persigue por toda la pista excusándose con la mirada, el payaso cuenta chistes mas viejos que el león que ya solo puede maullar y el equilibrista siempre se cae del alambre, aunque eso sí, de pie. Resumiendo, es el sitio ideal para Manolo.
Sin embargo, él tenía un compromiso ineludible. Averiguar cuál era ese compromiso fue un reto. Mi interrogatorio se prolongó por varios minutos con el mismo NO como respuesta. Entonces pensé en recurrir a la técnica del “blablá chantajista” con eso de que los verdaderos amigos no tienen secretos entre ellos… bla… bla… bla. Pero, antes de comenzar, en un giro de los suyos, Manolo me aclaró su compromiso.
Desde hace varios años, una vez al mes, el mismo día de la cuarta semana y a la misma hora, él se encierra en su casa y coloca una grabación de audio que mantiene actualizada describiendo las mejores experiencias de su vida. Esas cosas que, según él, le recuerdan cuánto ha merecido y merece la pena vivir. Los mejores pasajes de su vida que Manolo escucha en su propia voz, como si otro Manolo estuviera empeñado en no permitirle olvidar lo bueno.
─ Supongo que te parece una tontería nostálgica ─ preguntó.
Yo buscaba desesperadamente cómo contestarle sin herirle demasiado, pero no hizo falta.
─ Pues no lo es, es una medida higiénica. Tenemos el vicio de nunca olvidar lo malo que nos ha pasado y el hábito de enterrar lo bueno. Cuando grabo algo lo hago porque he sido feliz en ese momento y cuando lo escucho, vuelvo a serlo.
Al final fui al “Circo Benito” solo y no dejé de pensar que, si Manolo hubiera estado ahí, habría grabado la vivencia.