En estos días nos despedimos de Mary McFadden, la suma sacerdotisa de la moda, un título que ella misma abrazó junto a la curadora Ruta Saliklis. Con su partida, la industria pierde a una creadora única, una mujer culta que se mantuvo al margen de las modas efímeras. McFadden no seguía tendencias, las creaba.
Más allá de diseñadora, podríamos definirla como una antropóloga de la moda. La antigüedad era su musa, y sus colecciones, nombradas en honor a períodos históricos, son prueba de ello. Sus icónicos vestidos plisados, que evocaban las túnicas griegas, fueron el resultado de una obsesión por el movimiento y la forma.
McFadden desarrolló su propia tela, el marii, utilizando una técnica similar a la de Mariano Fortuny. Para ella, la moda era una forma de expresión, un fragmento de la vida, y sus diseños, lejos de ser superficiales, estaban llenos de significado y trascendencia. Sus creaciones eran atemporales, sofisticadas y, en esencia, sostenibles, pues nunca pasaban de moda.
El coleccionismo y los viajes fueron pilares fundamentales en su vida y obra. En ellos, encontraba la inspiración y el conocimiento necesarios para crear piezas únicas. McFadden trazó su propio camino, y su legado es indiscutible.
Ganadora del Premio Coty en 1976 y miembro del Salón de la Fama de Coty, sus colecciones han sido exhibidas en numerosos museos. Hoy, la Universidad de Drexel celebra su ingenio y cultura con una exposición dedicada a su trabajo.
Mary McFadden, la primera mujer en liderar el Consejo de Diseñadores de Estados Unidos, falleció a los 85 años. Con su partida, la moda pierde una era marcada por la originalidad, la sofisticación y la libertad creativa.